Los esperamos....
El Grupo
Sofos tiene el gusto
de invitarlo
El
Homo sobre la tierra: Y no pasa nada si desaparece
El tema de la siguiente sesión de nuestro ciclo Sofos 2019 es “El Homo
sobre la tierra: Y no pasa nada si desaparece”, a cargo de José Guillermo
Ánjel – Memo Ánjel-, comunicador social periodista de la UP; escritor y creador
del programa radial “La otra historia” de la emisora de la UPB.
* * *
Entrada libre
Lugar: Casa
Museo Otraparte / Carrera 43A n.º 27A Sur - 11 / Envigado
Fecha: Agosto
17 de 2019
Hora: 2:30 p. m.
Escuchar transmisión en vivo:
Para obtener información adicional
puede comunicarse con nosotros al correo electrónico gruposofos@gmail.com. En nuestro blog http://gruposofos.blogspot.com podrá consultar
la programación, la metodología de trabajo y la presentación del grupo. O puede
también comunicarse con la Casa Museo Otraparte: Teléfono: 448 24 04 - Correo electrónico:
otraparte@otraparte.org - Sitio web: www.otraparte.org.
Lectura preliminar
Mythos
Lo primero fue el habla. Una necesidad de sentir la compañía
de los otros, de arrancarse de la originaria soledad, de emitir sonidos que la
lengua fue articulando, modulando, convirtiendo en palabra. A esa voz,
enriquecida a lo largo del tiempo, el “filósofo”, como llamaban a Aristóteles,
dijo que era un soplo, un “aire semántico”. No sólo un grito. Ese aire decía
cosas, señalaba los árboles, los mares, las estrellas, alumbraba ideas que, en
principio, eran “lo que se ve” y en esas “visiones”, creaba comunidad,
solidaridad, amistad.
Surgía así un universo en el que los seres humanos
comenzaron a sentirse y entenderse. Los primeros textos en los que encontramos
el sustantivo mito, (mythos), por ejemplo en la Ilíada, significa “palabra”,
“dicho”, “conversación”.
Ese aire semántico, ese soplo de la vida, del cuerpo, empezó
a llenarse de deseos, de sueños, de sentimientos, y el mito, la voz que
entonaba los hexámetros sonoros, se cargó de contenidos en los que se roturaba
el mágico, misterioso, territorio de la imaginación.
El aliento que se escapaba de los labios de los rapsodos
cantaba ya las lágrimas de Aquiles, la constancia de Odiseo, el amor de
Nausicaa, la tristeza de Antígona, Un enriquecimiento, pues, de esos largos
orígenes en los que las palabras habían servido para comunicar a los que vivían
a nuestro lado la inevitable, gozosa, penosa a veces, experiencia del cuerpo y
su destino.
La literatura, el lenguaje, que ya no indicaba sólo el mundo
de las cosas que veíamos, iba, poco a poco sembrando, inventando los mitos. El
aire semántico revestía las palabras de una luz tan intensa que podíamos
descansar en ellas nuestras cabezas, y afirmar así todo lo que jamás podrían
alcanzar nuestras manos, ni vislumbrar nuestra mirada.
Debieron pasar siglos para que se levantase el intangible
acoso de la fantasía, de las ficciones, de la poesía. La Iliada y la Odisea
fueron dos inmensos bloques de mitos que habrían de dar sustento a unos seres
que desde la naturaleza que los constituía iban a adentrarse por el amplio
dominio de la cultura. Ese nuevo aire semántico también hacía respirar,
alimentaba la vida, ampliaba el horizonte del existir, insuflaba alegría y
esperanza. Pero sobre todo creaba libertad. Nadie podía poner ya puertas al
campo, al universo de las ficciones que nos convirtieron en animales con logos,
con palabra, donde se dibujaban otros paisajes, otros horizontes. El cultivo,
la cultura, de esos mitos fue abriendo al animal humano el dominio que le era
propio y por el que realmente existía.
La tradición filosófica nos ha entregado una de las grandes
intuiciones de aquellos primeros pensadores que se hicieron cargo de esas
palabras “asombrosas y maravillosas”. Uno de sus representantes, el “filósofo”,
decía que “el amante de los mitos tiene que ser también amante del
conocimiento, de la verdad, de la sabiduría”.
Y aquí surgió un problema que ha llegado rodando, apisonando
también, aplastando, hasta nuestros días. Porque el mito que crea, y da aire a
la libertad, puede ser objeto, incluso instrumento de condena, de
prohibiciones, de incendios, cuando no deja abrir las puertas de la verdad,
cuando no inspira racionalidad y progreso, cuando no hace fluir las neuronas.
El mito alumbra e inspira, pero es siempre un paso previo en
el camino del conocimiento. Enseña libertad si no se impone por la fuerza, si
no cae en manos de sectas y fanáticos que corroen, desde la infancia, el
cerebro de los que de alguna forma dominan, para hacer olvidar el camino más
largo, más duro, más interminable, más hermoso del pensar.
Hay que mantener el estímulo de las palabras míticas para
saber que esas palabras no acaban en ellas mismas. Abren camino, pero no son el
camino que, con la educación, con la Paideía que es cultura y no aprendizaje,
hay que andar para ser ciudadanos de una “polis” libre, de una política en la
verdad y en la siempre imprescindible justicia.
En esa educación para la ciudadanía no cabe la indecencia,
ni los mitos impuestos por los profesionales de la mentira.
Grupo Sofos
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