martes, 22 de octubre de 2024

 






Sergio Restrepo Jaramillo (Envigado, 1976) tiene estudios de Ingeniería Mecánica, Comunicación Social y Gastronomía. Perteneció, entre otros, a los colectivos Paz de Mentes y Redepaz, y en 1999 participó en la creación del centro cultural Stultifera Navis («La Nave de los Locos») en el barrio Mesa de Envigado, proyecto que dirigió hasta septiembre de 2005. Es miembro fundador de la Corporación Otraparte, fue director del Teatro Pablo Tobón en la ciudad de Medellín y actualmente ejerce su labor cultural en Comfama.

* * *

Entrada libre

Lugar: Casa Museo Otraparte
Fecha: 26 de octubre de 2024
Hora: 3:00 p.m.

Otraparte.org/agenda-cultural/sofos/20241026-sofos/

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Lecturas sueltas

¿Eliminar a los otros para ser felices?

Por Yolanda Ruiz

La apuesta más extendida en el debate público está hoy en crear y promover la sensación de caos, de desastre total y no futuro. Y siempre todo es culpa de «el otro», «los otros», los enemigos. El miedo, el odio, la rabia son emociones que traen buenos dividendos en la política y en las métricas de redes y medios. Cuando se promete esperanza, se ofrece como la promesa de salir del infierno creado por «los otros». La razón no gana y los algoritmos que hoy rigen nuestras vidas premian las batallas, las emociones fuertes y castigan las razones y los intentos de conciliación y entendimiento. Aun así, cuánta necesidad tenemos de argumentos, razones y esperanza.

Hablo de Colombia y también del mundo porque esto es una tendencia planetaria que viene creando el ambiente propicio para alimentar guerras, nacionalismos, xenofobia, liderazgos agresivos, discriminación de todo tipo. Esos problemas han existido siempre y no nacieron en la era de la hiperconexión, pero se han exacerbado al punto de que ya no se cree en los hechos, se cree en los memes y las tendencias y sobre ellos se toman decisiones que impactan a las sociedades. Hoy la percepción pesa más que la realidad.

En esa nueva «realidad» creada sobre muchas ficciones, en donde hacer un buen espectáculo es lo que cuenta, es fácil profundizar las divisiones, los muros, las exclusiones. Se trata de hablar de «ellos» (siempre malos, culpables, cuestionables, bandidos) y «nosotros» (los elegidos, los portadores de la verdad, los inocentes). Dividir el mundo entre buenos y malos es un primer paso para poder creer que tenemos el derecho de borrar a esos «otros». Eso va desde la censura hasta las guerras de exterminio y los genocidios.

Dependiendo de quién lo diga, «los otros» son los de color distinto, los que tienen un dios diferente, los migrantes, los de izquierda o los de derecha, los ateos o los creyentes, los pobres o los ricos, el Estado o los privados. Según la lógica de ese pensamiento excluyente, en «los otros» está el origen de nuestros males y acabar con ellos, excluirlos o minimizarlos es la manera de llegar al paraíso perdido. Eliminar a «los otros» para ser felices. Según esa lógica hay solamente una manera de pensar y si alguien se sale de la norma se vale silenciar, censurar o matar. Lo mismo pensaban en los tiempos de la Inquisición.

En este mundo de posiciones extremas y de catástrofes anunciadas, cada vez hay menos espacio para debatir argumentos, para dejarse convencer por ellos y transformar la mente con ideas frescas. Lo que más se busca es confirmar las creencias, reafirmar los prejuicios y acabar con las dudas que han sido y serán siempre el motor de los nuevos conocimientos, de la ciencia, de las transformaciones, de la creación. El que duda, busca más; el que duda, piensa más; el que duda, aprende más. Sin embargo, hoy cuesta dudar. No hay tiempo para pensar, para entender ni reflexionar. No expresar certezas, no tomar partido, no sentar posición sobre lo divino y lo humano, sobre lo que se sabe y lo que no se sabe, parece ser una grave infracción en tiempos de redes instantáneas. No hay espacio para los no creyentes o para los que pueden ser agnósticos frente a las distintas religiones o fanatismos que hoy batallan en medio de la infodemia.

Estoy muy convencida de que se vale decir no sé y dudar de las «verdades» que se venden con brillantes técnicas de mercadeo en los videos reales, trucados o falsos que circulan en las redes. Se vale creer que la realidad es diversa y compleja. Se vale argumentar en vez de insultar, se vale buscar signos de esperanza en medio de la incertidumbre, se vale apostar por lo que nos queda de humanidad. Por eso hago votos para que algún líder nos ofrezca una esperanza para todos, sin revancha, sin que «la utopía» de unos implique borrar a «los otros» del mapa. ¿Habrá alguien que pueda ofrecer esa esperanza?

Fuente:

El Espectador, 2 de mayo de 2024.

https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/yolanda-ruiz/eliminar-a-los-otros-para-ser-felices/


 

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Las noticias en los aparatos de todos los bolsillos

Por Arturo Guerrero

El mundo cabe en un bolsillo. Y en el bolsillo bulle un aparatico que contiene el presente. Este presente ya no se mide en días como antes, cuando los periódicos de papel despertaban a la gente con el golpe de ojo de la realidad real. Tampoco se calcula en horas, como cuando los noticieros de radio y televisión aturdían la modorra general a horas exactas.

Hoy la vida va al galope de un caballo sin jinete. No solo porque el internet y las redes trituraron los relojes, sino porque las fuentes de las noticias se multiplicaron al infinito. Se descuida uno y han estallado tres nuevas guerras en África y Asia. Las contiendas deportivas se han dividido y subdividido en copas, recopas y recontracopas. ¡Ay de quien no esté al día, al segundo, en cada detalle del bullicio universal! Más le valdría no llegar a la reunión o al almuerzo, pues va a ser objeto de burlas, lo mirarán poco menos que como a un extraterrestre. Ser ciudadano cabal equivale a tener varias patrias simultáneas y todos los husos horarios.

Más se demora una persona en sonar para un puesto público que en ser destituido por adelantado, debido a la más reciente pesquisa sobre su mala vida pasada. Los magistrados judiciales han de madrugar a elegir al dignatario del día, pues la presión de la multitud no les permitirá sosiego.

Cada paso emprendido en la maraña de la administración estatal provocará instantáneas reacciones furibundas de quienes se sienten humillados y ofendidos. Para estar en estas jugadas, todos han de mantenerse al corriente del último estallido de la actualidad.

Así, estar informado al instante equivale a investirse de inmunidad y de capacidad de ataque. Las noticias han copado el tiempo de la sociedad y lo han investido de urgencia y fugacidad, como nunca antes sucedió en la historia. El hombre informado es el ser desbordado.

Consumir novedades se ha convertido en deporte, pasión y necesidad. Todo es apremiante, todo es escandaloso, todo se necesita para vivir en sociedad. El papel que antes cumplían los sabios lo desempeñan ahora los chismosos. La intriga creció como un incendio en el páramo.

El molde en que se entregan hoy las noticias es el de la polarización. Como no queda tiempo para pensar ni analizar, cada hecho o decisión pública entra en los cerebros de acuerdo con la valoración preestablecida por los perjuicios, las militancias y los sectarismos. De esta manera se mantiene exacerbada la pasión que llevará a las guerras del futuro.

Los infinitos canales por donde circulan las informaciones están copados por los distintos protagonistas del poder. Antiguamente los empresarios se ocupaban del dinero, hoy han comprado los medios de comunicación a las familias que los fundaron en siglos pasados. No importa que les representen gastos, que no agreguen dineros a sus negocios. Los han adquirido porque otearon el enorme poder que da el control de los cerebros.

Ellos saben lo que vale estar incrustados en los aparaticos de todos los bolsillos.

Fuente:

El Espectador, 14 de marzo de 2024.

https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/arturo-guerrero/las-noticias-en-los-aparatos-de-todos-los-bolsillos/

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Te invita a la clausura del ciclo 2024 con la película “Caída Libre”.

 




Sergio Restrepo Jaramillo (Envigado, 1976) tiene estudios de Ingeniería Mecánica, Comunicación Social y Gastronomía. Perteneció, entre otros, a los colectivos Paz de Mentes y Redepaz, y en 1999 participó en la creación del centro cultural Stultifera Navis («La Nave de los Locos») en el barrio Mesa de Envigado, proyecto que dirigió hasta septiembre de 2005. Es miembro fundador de la Corporación Otraparte, fue director del Teatro Pablo Tobón en la ciudad de Medellín y actualmente ejerce su labor cultural en Comfama.

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Entrada libre

Lugar: Casa Museo Otraparte
Fecha: 26 de octubre de 2024
Hora: 3:00 p.m.

Otraparte.org/agenda-cultural/sofos/20241026-sofos/

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Lecturas sueltas

¿Eliminar a los otros para ser felices?

Por Yolanda Ruiz

La apuesta más extendida en el debate público está hoy en crear y promover la sensación de caos, de desastre total y no futuro. Y siempre todo es culpa de «el otro», «los otros», los enemigos. El miedo, el odio, la rabia son emociones que traen buenos dividendos en la política y en las métricas de redes y medios. Cuando se promete esperanza, se ofrece como la promesa de salir del infierno creado por «los otros». La razón no gana y los algoritmos que hoy rigen nuestras vidas premian las batallas, las emociones fuertes y castigan las razones y los intentos de conciliación y entendimiento. Aun así, cuánta necesidad tenemos de argumentos, razones y esperanza.

Hablo de Colombia y también del mundo porque esto es una tendencia planetaria que viene creando el ambiente propicio para alimentar guerras, nacionalismos, xenofobia, liderazgos agresivos, discriminación de todo tipo. Esos problemas han existido siempre y no nacieron en la era de la hiperconexión, pero se han exacerbado al punto de que ya no se cree en los hechos, se cree en los memes y las tendencias y sobre ellos se toman decisiones que impactan a las sociedades. Hoy la percepción pesa más que la realidad.

En esa nueva «realidad» creada sobre muchas ficciones, en donde hacer un buen espectáculo es lo que cuenta, es fácil profundizar las divisiones, los muros, las exclusiones. Se trata de hablar de «ellos» (siempre malos, culpables, cuestionables, bandidos) y «nosotros» (los elegidos, los portadores de la verdad, los inocentes). Dividir el mundo entre buenos y malos es un primer paso para poder creer que tenemos el derecho de borrar a esos «otros». Eso va desde la censura hasta las guerras de exterminio y los genocidios.

Dependiendo de quién lo diga, «los otros» son los de color distinto, los que tienen un dios diferente, los migrantes, los de izquierda o los de derecha, los ateos o los creyentes, los pobres o los ricos, el Estado o los privados. Según la lógica de ese pensamiento excluyente, en «los otros» está el origen de nuestros males y acabar con ellos, excluirlos o minimizarlos es la manera de llegar al paraíso perdido. Eliminar a «los otros» para ser felices. Según esa lógica hay solamente una manera de pensar y si alguien se sale de la norma se vale silenciar, censurar o matar. Lo mismo pensaban en los tiempos de la Inquisición.

En este mundo de posiciones extremas y de catástrofes anunciadas, cada vez hay menos espacio para debatir argumentos, para dejarse convencer por ellos y transformar la mente con ideas frescas. Lo que más se busca es confirmar las creencias, reafirmar los prejuicios y acabar con las dudas que han sido y serán siempre el motor de los nuevos conocimientos, de la ciencia, de las transformaciones, de la creación. El que duda, busca más; el que duda, piensa más; el que duda, aprende más. Sin embargo, hoy cuesta dudar. No hay tiempo para pensar, para entender ni reflexionar. No expresar certezas, no tomar partido, no sentar posición sobre lo divino y lo humano, sobre lo que se sabe y lo que no se sabe, parece ser una grave infracción en tiempos de redes instantáneas. No hay espacio para los no creyentes o para los que pueden ser agnósticos frente a las distintas religiones o fanatismos que hoy batallan en medio de la infodemia.

Estoy muy convencida de que se vale decir no sé y dudar de las «verdades» que se venden con brillantes técnicas de mercadeo en los videos reales, trucados o falsos que circulan en las redes. Se vale creer que la realidad es diversa y compleja. Se vale argumentar en vez de insultar, se vale buscar signos de esperanza en medio de la incertidumbre, se vale apostar por lo que nos queda de humanidad. Por eso hago votos para que algún líder nos ofrezca una esperanza para todos, sin revancha, sin que «la utopía» de unos implique borrar a «los otros» del mapa. ¿Habrá alguien que pueda ofrecer esa esperanza?

Fuente:

El Espectador, 2 de mayo de 2024.

https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/yolanda-ruiz/eliminar-a-los-otros-para-ser-felices/


 

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Las noticias en los aparatos de todos los bolsillos

Por Arturo Guerrero

El mundo cabe en un bolsillo. Y en el bolsillo bulle un aparatico que contiene el presente. Este presente ya no se mide en días como antes, cuando los periódicos de papel despertaban a la gente con el golpe de ojo de la realidad real. Tampoco se calcula en horas, como cuando los noticieros de radio y televisión aturdían la modorra general a horas exactas.

Hoy la vida va al galope de un caballo sin jinete. No solo porque el internet y las redes trituraron los relojes, sino porque las fuentes de las noticias se multiplicaron al infinito. Se descuida uno y han estallado tres nuevas guerras en África y Asia. Las contiendas deportivas se han dividido y subdividido en copas, recopas y recontracopas. ¡Ay de quien no esté al día, al segundo, en cada detalle del bullicio universal! Más le valdría no llegar a la reunión o al almuerzo, pues va a ser objeto de burlas, lo mirarán poco menos que como a un extraterrestre. Ser ciudadano cabal equivale a tener varias patrias simultáneas y todos los husos horarios.

Más se demora una persona en sonar para un puesto público que en ser destituido por adelantado, debido a la más reciente pesquisa sobre su mala vida pasada. Los magistrados judiciales han de madrugar a elegir al dignatario del día, pues la presión de la multitud no les permitirá sosiego.

Cada paso emprendido en la maraña de la administración estatal provocará instantáneas reacciones furibundas de quienes se sienten humillados y ofendidos. Para estar en estas jugadas, todos han de mantenerse al corriente del último estallido de la actualidad.

Así, estar informado al instante equivale a investirse de inmunidad y de capacidad de ataque. Las noticias han copado el tiempo de la sociedad y lo han investido de urgencia y fugacidad, como nunca antes sucedió en la historia. El hombre informado es el ser desbordado.

Consumir novedades se ha convertido en deporte, pasión y necesidad. Todo es apremiante, todo es escandaloso, todo se necesita para vivir en sociedad. El papel que antes cumplían los sabios lo desempeñan ahora los chismosos. La intriga creció como un incendio en el páramo.

El molde en que se entregan hoy las noticias es el de la polarización. Como no queda tiempo para pensar ni analizar, cada hecho o decisión pública entra en los cerebros de acuerdo con la valoración preestablecida por los perjuicios, las militancias y los sectarismos. De esta manera se mantiene exacerbada la pasión que llevará a las guerras del futuro.

Los infinitos canales por donde circulan las informaciones están copados por los distintos protagonistas del poder. Antiguamente los empresarios se ocupaban del dinero, hoy han comprado los medios de comunicación a las familias que los fundaron en siglos pasados. No importa que les representen gastos, que no agreguen dineros a sus negocios. Los han adquirido porque otearon el enorme poder que da el control de los cerebros.

Ellos saben lo que vale estar incrustados en los aparaticos de todos los bolsillos.

Fuente:

El Espectador, 14 de marzo de 2024.

https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/arturo-guerrero/las-noticias-en-los-aparatos-de-todos-los-bolsillos/

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miércoles, 25 de septiembre de 2024

 





Deysi Jhojana Flórez Álvarez es filósofa de la Universidad de Antioquia y actualmente cursa la maestría en Procesos Urbanos y Ambientales de la Universidad Eafit. Se ha desempeñado como agente de cuidado en la Secretaría de Juventud de Medellín, líder departamental de Salud Mental en el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), coordinadora de Escuelas de No-violencia en la Universidad de Antioquia, profesora de filosofías orientadas a la construcción de paz en la Asociación Cristiana de Jóvenes (YMCA) y facilitadora en las Escuelas de Participación Ciudadana de la Alcaldía de Medellín. Es cofundadora de la Corporación Arte 13 Circo Social, entidad con doce años de experiencia en la promoción del arte como un bien público en la Comuna 13 de la ciudad de Medellín.

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Entrada libre

Lugar: Casa Museo Otraparte
Fecha: 28 de septiembre de 2024
Hora: 3:00 p.m.

Ver transmisión en vivo:

Youtube.com/CasaMuseoOtraparte

Otraparte.org/agenda-cultural/sofos/20240928-sofos/

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Lectura suelta

La democracia: entre la soberanía popular
y las instituciones constitucionales

Por Rodrigo Uprimny

La democracia constitucional moderna está atrapada en una inevitable tensión entre el ideal de la soberanía popular y la realidad de las instituciones constitucionales. O, por decirlo con cierto lenguaje teórico que viene desde el abate Sieyes en la Revolución Francesa, pero que ha adquirido una nueva actualidad en Colombia: por la permanente tensión entre el ‘poder constituyente’, que por definición es indomable jurídicamente, y los ‘poderes constituidos’, que también por definición están sometidos a las reglas constitucionales propias del Estado de derecho.

Esta tensión puede ser explicada así: la democracia se funda en el ideal de la soberanía popular, que en su versión más radical supone que el pueblo pueda gobernar todos los asuntos, a todo momento y en la forma en que quiera. Esto es, que el pueblo sea omnipotente (puede hacerlo todo), omnímodo (puede hacerlo de cualquier forma) y omnipresente (puede hacerlo a todo momento).

No creo que un poder democrático tan extremo sea deseable pues abre el camino al despotismo de las mayorías, que oprimen a las minorías y anulan nuestra libertad individual, como lo temió Stuart-Mill en su clásico texto Sobre la libertad. Pero incluso si fuera deseable, una democracia directa y permanente de ese tipo es imposible, salvo en una pequeña comunidad, pero no en los Estados nacionales modernos formados por millones de ciudadanos muy diversos, como lo reconoció el propio Rousseau, el gran teórico y defensor de la democracia directa.

La democracia de los Estados modernos no ha sido ni puede ser una democracia directa permanente. Ha sido siempre representativa y ha asumido la forma de un Estado de derecho regulado por una constitución, que se entiende como la norma suprema. Algunas de esas democracias representativas reconocen ciertos mecanismos de democracia directa, como los plebiscitos o los referendos, pero se trata de expresiones intermitentes y excepcionales del pueblo, que además están regladas por las constituciones. No son entonces una expresión de un poder constituyente popular soberano, sino formas acotadas y regladas de participación ciudadana directa.

Estas tensiones entre el poder constituyente y los poderes constituidos generan una ambigüedad en la relación entre el pueblo y la Constitución, entre la soberanía popular y el principio de supremacía constitucional.

Por un lado, si creemos que, como lo postula la teoría democrática, el pueblo es el soberano, entonces habría que concluir que está por encima de la Constitución y de las instituciones constitucionales por cuanto es el titular del poder constituyente originario. Las formas y normas constitucionales no podrían entonces limitar el accionar del pueblo, puesto que éste es el origen mismo de la Constitución.

Sin embargo, de otro lado, el problema reside en saber cómo se expresa en un determinado momento el pueblo, y cómo se puede garantizar que su voluntad se haya formado de manera libre. La respuesta del constitucionalismo y de gran parte de la filosofía política contemporánea, representada por autores tan diversos como Habermas o Bobbio, ha sido que la única forma en que podemos garantizar una voluntad auténtica del pueblo en Estados nacionales complejos de millones de habitantes es a través de instituciones que permitan que los ciudadanos y ciudadanas, que son quienes conforman realmente al pueblo, puedan expresarse en forma libre y periódica. Una democracia digna de ese nombre sólo existe entonces si se garantizan los derechos fundamentales por cuanto éstos constituyen el presupuesto para que exista un ejercicio genuino de la soberanía popular. ¿O acaso podría haber una verdadera democracia y soberanía popular sin que la libertad de expresión sea respetada? ¿Realmente existe democracia si el gobernante de turno puede detener cuando quiera a sus opositores y sin que exista ningún control judicial efectivo contra esas arbitrariedades?

La voluntad popular

El ejercicio genuino de la soberanía popular supone la existencia de un Estado de derecho, con separación de poderes, a fin de que los gobernantes estén sometidos a la legalidad y sean garantizados los derechos fundamentales, que representan en el fondo las reglas constitutivas de la democracia. Las constituciones establecen entonces los procedimientos que permiten la manifestación de la voluntad popular: elecciones, organización de partidos, mecanismos de control jurisdiccional, etc. La integridad y continuidad de la Constitución asegura así el mejor funcionamiento democrático, mientras que la ruptura de sus reglas puede conducir a gobiernos autocráticos.

La paradoja de la democracia moderna es que la soberanía popular, para ser genuina, debe ser limitada, pues no puede invadir los derechos fundamentales, que son los presupuestos de un ejercicio genuino de esa soberanía. Y, por ello, la democracia supone el respeto del Estado de derecho y de la supremacía constitucional.

Esta defensa de la supremacía constitucional también se funda en los riesgos de que la democracia se anule a sí misma —especialmente en periodos de turbulencia política— con líderes autoritarios pero populares. El ejemplo clásico, pero no el único, es Hitler: llegó al poder por medios democráticos en los tempestuosos años treinta europeos, pero luego usó su popularidad para anular las libertades democráticas y establecer un régimen totalitario. Aunque obviamente no son regímenes asimilables, encontramos historias semejantes de destrucción de la democracia por líderes populares con Chávez en Venezuela, Bukele en El Salvador o Erdogan en Turquía.

Es precisamente en estos momentos turbulentos y frente a estos riesgos de líderes autoritarios que las normas constitucionales adquieren su mayor importancia, ya que son el mejor mecanismo para preservar la democracia y tramitar pacíficamente la crisis. Por eso algunos teóricos, como Jon Elster, han dicho que las constituciones se asemejan al mástil al cual Ulises se ató para poder enfrentar la seducción mortal de las sirenas. Las democracias deben atarse a ese mástil, que son las constituciones, para poder navegar en estas aguas turbulentas y resistir a los cantos de sirena del autoritarismo, que puedan acarrear la destrucción de la propia democracia.

La idea del constitucionalismo democrático es entonces que las reglas básicas que regulan el funcionamiento del Estado y la expresión de la soberanía popular sean fijadas en el momento del pacto constituyente, con calma y en abstracto, antes de entrar en las aguas turbulentas de la política. La supremacía constitucional aparece, así, como un elemento esencial para garantizar la soberanía popular, aunque esto parezca paradójico, pues implica que la Constitución le pone ciertos límites a lo ‘decidible’ por el pueblo a fin de que el pueblo, como conjunto de ciudadanos, sea verdaderamente libre.

Es pues necesario entonces distinguir entre el pueblo como soberano, titular del poder constituyente, y el pueblo como comunidad jurídica organizada por las normas constitucionales. El primero es el pueblo, antes y por encima de la Constitución, mientras que el segundo es el pueblo dentro de la Constitución, que ejerce las facultades reguladas por el ordenamiento jurídico. Esta tensión se ve en el texto mismo de nuestra Carta, que señala que la «soberanía reside exclusivamente en el pueblo, del cual emana el poder», pero luego establece que esa soberanía debe ejercerse «en los términos de la Constitución» y que es deber de los ciudadanos —es decir, del pueblo— «acatar la Constitución y las leyes, y respetar y obedecer a las autoridades» (CP arts. 3 y 4).

Esta tensión entre el pueblo soberano, titular del poder constituyente, y el pueblo súbdito o comunidad jurídicamente organizada —que en el fondo equivale a la vieja distinción de Rousseau entre el ciudadano y el súbdito— plantea dilemas muy difíciles en la dinámica de la democracia constitucional.

Una concepción extrema de la supremacía constitucional es el llamado ‘monismo constitucionalista’ —siguiendo la terminología de Bruce Ackerman—, conforme a la cual una vez el pueblo adopta la Constitución, entonces su poder constituyente desaparece totalmente. Esta visión es problemática, pues erosiona la soberanía popular ya que implica que el pueblo queda totalmente atado a los rituales jurídicos y así, de soberano, se trastoca en un reflejo del ordenamiento jurídico, en un simple elemento subordinado del Estado y de la Constitución. Esta perspectiva puede entonces ahogar la creatividad democrática de los ciudadanos y limitar las salidas democráticas en situaciones de crisis.

Sin embargo, en el otro extremo, un ‘monismo democrático’, que implique el abandono de todo ritual procedimental con la idea de que el pueblo mantiene en forma permanente su poder constituyente, es también cuestionable: erosiona la supremacía constitucional y el Estado de derecho y es el camino fácil hacia las autocracias plebiscitarias, puesto que un gobernante popular y autoritario puede invocar voluntades populares difusas a través de mecanismos irregulares, para de esa manera legitimar cualquier tipo de decisión que le permita atornillarse en el poder.

La gran pregunta es entonces cómo conciliar esas tendencias contrarias, inmanentes a la democracia constitucional, entre el carácter potencialmente inorgánico de la voluntad popular y el rigor formal de los procedimientos constitucionales, que a veces se traducen como una tensión entre formas de democracia callejera —expresada en manifestaciones masivas como las vividas en el estallido social de 2021— y las instituciones constitucionales, reguladas jurídicamente.

No hay respuestas fáciles a ese interrogante, pero creo que la teoría más apropiada es la siguiente: en una democracia constitucional, el pueblo nunca abandona totalmente su poder constituyente, pero éste entra, una vez adoptada la Constitución, en una cierta hibernación o un estado de latencia. A partir de ese momento, el pueblo sólo debe expresarse conforme a las reglas constitucionales. Sin embargo, es posible admitir la irrupción del poder constituyente por fuera de las formas jurídicas en circunstancias absolutamente excepcionales, en general ligadas a agudas crisis de legitimidad, bloqueos institucionales y movilizaciones ciudadanas intensas. Son los llamados ‘momentos constituyentes’, que son esas coyunturas extraordinarias en las que la ciudadanía no se comporta en forma ordinaria, a través de los canales institucionales y electorales rutinarios, sino que irrumpe como un poder constituyente que reclama un nuevo pacto social. Pero esas irrupciones del poder constituyente tienen riesgos y no siempre fructifican, como lo muestra la reciente experiencia chilena. El estallido social fue para ese país un verdadero momento constituyente, pero, por falta de acuerdos políticos, no condujo a una constitución que fuera aceptada por la inmensa mayoría de los chilenos.

En cambio, un ejemplo exitoso de irrupción del poder constituyente ocurrió en 1990 en nuestro país. Colombia vivía una crisis muy grave y existía un bloqueo político puesto que los mecanismos de reforma constitucional no funcionaban bien. Sectores muy diversos propusieron entonces un proceso que permitiera superar las limitaciones de la Constitución de 1886, cuya legitimidad estaba en entredicho. Luego de complejas discusiones jurídicas, fuertes movilizaciones ciudadanas y el aval de la Corte Suprema, hubo un pronunciamiento popular sobre la propuesta de constituyente en la elección presidencial de mayo de 1990. El apoyo fue masivo: 5.236.863 votos a favor y 230.080 en contra. César Gaviria llegó entonces a la presidencia con el mandato popular de materializar una constituyente y por ello fue posible y legítima la convocatoria de la asamblea constituyente, a pesar de haber sido heterodoxa jurídicamente, por cuanto la Constitución de 1886 no autorizaba ese procedimiento. Y fue entonces adoptada la Constitución de 1991, que no fue fruto de una imposición hegemónica, sino expresión de un pacto de ampliación democrática entre fuerzas diversas que habían estado enfrentadas, algunas de ellas incluso por las armas. Esta Constitución dista de ser perfecta y ha sufrido muchas reformas, no todas ellas muy democráticas, pero es un marco jurídico en que la gran mayoría de los colombianos nos reconocemos, a pesar de nuestras divisiones.

La defensa de la democracia implica que aprendamos a navegar esa tensión entre la soberanía popular y las instituciones constitucionales del Estado de derecho, entre el poder constituyente democrático y los poderes constituidos. El reto es no ahogar la creatividad democrática ciudadana, pero tampoco permitir atajos a los gobernantes autoritarios.

Esto no es fácil pero tampoco imposible: las mejores democracias han logrado una complementariedad dinámica y una retroalimentación positiva entre la soberanía popular y el Estado de derecho: han robustecido y multiplicado los canales de deliberación y participación ciudadana, con lo cual logran una mejor expresión de la voluntad popular; y, al mismo tiempo, han reforzado la protección de los derechos fundamentales y el control de las eventuales arbitrariedades de las autoridades, con lo cual logran Estados de derechos robustos. Repito: no es fácil lograr esas combinaciones, lo cual muestra que la democracia es difícil.

Pero tal vez en esa dificultad reside también su encanto.

Fuente:

Revista Cambio, Bogotá, 5 de mayo de 2024.

https://cambiocolombia.com/imaginar-la-democracia/la-democracia-entre-la-soberania-popular-y-las-instituciones

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martes, 27 de agosto de 2024

Te invita este 31 de Agosto a: Las mujeres que custodian semillas




Sandra Bibiana Muriel Ruiz es ingeniera agrónoma de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín, magíster en Ciencias Biológicas de la Universidad de Chile y doctora en Biología de la Universidad del Valle. Desde el comienzo de su carrera se ha interesado en la agrobiodiversidad y en resaltar el papel que desempeñan las comunidades campesinas e indígenas en el cuidado y la conservación de las semillas nativas. En 2008 ingresó como profesora titular a la Facultad de Ciencias Agrarias del Politécnico Colombiano Jaime Isaza Cadavid.

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Entrada libre

Lugar: Casa Museo Otraparte
Fecha: 31 de agosto de 2024
Hora: 3:00 p.m.

Ver transmisión en vivo:

Youtube.com/CasaMuseoOtraparte

Otraparte.org/agenda-cultural/sofos/20240831-sofos/


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 Lectura suelta

Rescatistas de semillas de la Amazonía

Por Julie Hernández *

De acuerdo con las Naciones Unidas tenemos el reto de restaurar 350 millones de hectáreas si queremos cumplir con las metas globales de lucha contra el cambio climático. Para lograrlo necesitaremos aproximadamente 1,9 billones de toneladas de semillas.

Si aterrizamos este desafío en la Amazonía colombiana estamos hablando de más de tres mil millones de semillas para restaurar cinco millones de hectáreas de bosque que ya hemos perdido.

El rescate de semillas y plántulas de especies forestales nativas de la Amazonía, especialmente de aquellas que enfrentan mayores riesgos de extinción, es una tarea pendiente que debemos abrazar como país si queremos preservar el lugar más biodiverso del planeta.

Pequeño homenaje a don Elí Cuellar, rescatista de semillas

Don Elí Cuellar tiene 75 años y es hijo de colonos, como casi todas las personas de su generación. Sus papás huyeron del conflicto bipartidista en la región Andina y encontraron en Caquetá una oportunidad para empezar de nuevo sin el rótulo en la frente de liberal o conservador.

En sus años de juventud, don Elí se dedicó a tumbar monte, aunque me cuenta que nunca se sintió bien con esa actividad. En algún punto de su vida y tras muchos kilómetros de selva recorridos, don Elí llegó a un descubrimiento que le cambiaría la vida: las semillas y las plántulas de las especies forestales nativas son un verdadero tesoro en un territorio donde la deforestación se lleva más de 30 mil hectáreas de bosque al año.

Don Elí me lo explicó con el ejemplo del Cedro Macho, conocido como «Carecillo» en Caquetá. En sus tiempos de aserrador vio Carecillos enormes que, por su consistencia, daban mucha brega a la hora de tumbarlos y cortarlos para sacar tablones de madera.

De aquella época a tiempos más recientes pasaron 17 años para que don Elí, que es un gran conocedor de los bosques de Caquetá, volviera a ver uno en pie. ¡17 años! ¡Casi dos décadas para volver a ver una especie! Me dice, además, que los arbolitos que ha encontrado están pequeños (él calcula que tienen 20 años), y que por lo mismo aún no tienen semillas para propagar.

Imaginen que en uno de los relictos de bosque que ven en la fotografía hay un Carrecillo que, por gracia de la naturaleza, logró sobrevivir las quemas. Es muy probable que los dispersores naturales de sus semillas (monos, felinos, borugas, aves, etc.) no logren cumplir con esta tarea, como consecuencia de la alteración de su hábitat.

Este es un problema grave en la Amazonía, donde entre el 80% y 90% de los árboles dependen de los animales para dispersar sus semillas (Panel Científico de la Amazonía). Es también el contexto en el que se desarrolla la actividad de reconocimiento de especies nativas y rescates de semillas y plántulas que ejerce don Elí, y condición esencial y punto de partida para que la restauración de la Amazonía sea posible.

Un empleo directo por dos hectáreas de bosque restauradas

Rescatar semillas y plántulas de especies nativas, como lo hace don Elí, es uno de los primeros eslabones en los procesos de restauración de ecosistemas. La restauración de ecosistemas es un proceso complejo a través del cual se busca prevenir, detener y revertir la degradación de los ecosistemas y recuperar las funciones y servicios que estos nos prestan.

Pero la restauración de ecosistemas, como lo menciona el Panel Científico por la Amazonía, también tiene que ver con recuperar aquellas actividades económicas sostenibles y socialmente justas en las tierras deforestadas.

¿Cuáles podrían ser esas actividades si pensamos en la restauración de la Amazonía? En la base de la pirámide está la identificación de árboles semilleros y el rescate de semillas y plántulas de especies forestales nativas, actividades que usualmente realizan los viveros privados y comunitarios. Luego, hablaríamos de empresas locales dedicadas a la siembra y el monitoreo de los árboles que, con apoyo de la tecnología y capacitación adecuada, también podrían identificar las ganancias en biodiversidad producto de la restauración.

Estamos hablando también de organizaciones que proveen abonos orgánicos y otros insumos importantes, como contenedores sostenibles con el medio ambiente, que reemplacen las bolsas plásticas que usualmente se ven en los viveros.

En suma, hay un ecosistema de emprendimientos que tiene el potencial de activarse si, como país, le creemos a la restauración y trabajamos para que ocurra.

En Brasil, donde ya se habla de restauración basada en ciencia con especies nativas, y donde hay pilotos de implementación, un estudio que recoge información de distintos actores que participan en la restauración (ONG, empresas, cooperativas campesinas) nos indica que por cada hectárea restaurada activamente podrían generarse 0,42 empleos directos y 0,76 empleos indirectos (Brancalion, PHS et. al, 2022).

En Colombia el potencial de restauración de la Amazonía es de 5 millones de hectáreas, de las cuales 3,2 millones se encuentran en el departamento de Caquetá. El Plan Nacional de Restauración Ecológica del gobierno actual se ha fijado la meta de restaurar 750 mil hectáreas en cuatro años.

Si tomáramos este último número como base, y las cifras de generación de empleo directo del estudio antes señalado, estaríamos hablando de 315 mil nuevos puestos de trabajo.

Algunas ideas para concluir

La restauración de los ecosistemas amazónicos es una alternativa poderosa en la lucha contra la deforestación por su capacidad para activar una cadena de emprendimientos y generar empleos locales.

En este proceso el punto de partida está en la identificación de árboles de especies nativas y en el rescate de sus semillas y plántulas.

Quienes han visitado Amazonía Emprende - Escuela Bosque, y nos han acompañado al bosque a recoger semillas y plántulas, saben que estoy hablando de una tarea titánica que hoy se hace de manera manual, sin ayuda alguna de la tecnología. Por lo anterior, necesitamos generar una gran alianza por los árboles semilleros de la Amazonía que nos permita:

·       Identificar árboles semilleros de especies forestales nativas en riesgo de desaparecer, haciendo uso de la tecnología.

·       Capacitar a los dueños de los árboles sobre el uso y manejo sostenible de estas especies.

·       Concientizar a los dueños de los árboles y a sus vecinos sobre la importancia de estas especies en el ecosistema.

·       Diseñar estrategias para que las familias dueñas de los árboles semilleros devenguen ingresos por la conservación de los mismos.

·       Multiplicar el conocimiento científico sobre las especies forestales nativas de la Amazonía y traducirlo en protocolos de uso y manejo sostenible de semillas.

En Amazonía Emprende - Escuela Bosque estamos trabajando en varios de estos frentes con apoyo de distintos aliados, y esperamos contarles buenas noticias muy pronto. Por el momento, los invito a visitar Florencia, Caquetá, «la Puerta de Oro de la Amazonía», y a embarcarse ustedes mismos en la aventura de rescatar semillas y plántulas de especies nativas.

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* Julie Hernández es cofundadora y directora ejecutiva de
Amazonía Emprende - Escuela Bosque.

Fuente:

https://www.lasillavacia.com/red-de-expertos/red-verde/rescatistas-de-semillas-de-la-amazonia/

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martes, 16 de abril de 2024

 





Laura Arango Alegría es psicóloga de la Universidad Católica Luis Amigó con experiencia en el análisis, diagnóstico y acompañamiento de casos clínicos individuales y grupales; formulación y ejecución de proyectos y talleres; y promotoría en salud mental e intervención a niños, niñas y adolescentes desde el marco normativo, contextual y participativo. Asimismo, es activista en la ciudad de Medellín y en diversos escenarios de participación juvenil a escala territorial y nacional.

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Entrada libre

Lugar: Casa Museo Otraparte
Fecha: 20 de abril de 2024
Hora: 3:00 p.m.

Ver transmisión en vivo:

Youtube.com/CasaMuseoOtraparte

Otraparte.org/agenda-cultural/sofos/20240420-sofos/

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Lectura suelta

Benditos monstruos

Por Irene Vallejo Moreu

El miedo nos asfixia, nos ciega, ofusca y paraliza la mente. A primera vista, resulta inexplicable nuestro apetito por las historias de terror. Nace de un deseo contradictorio: ante el umbral de una temida y excitante revelación, nos estremecemos de curiosidad y turbación. Cuando nos asusta una película, nos tapamos los ojos, pero abrimos rendijas entre los dedos para espiar lo espeluznante. Deseamos conocer lo secreto y a la vez intuimos el peligro. En el temblor de los cuentos late la sombra del monstruo.

Dos mujeres fueron pioneras de la novela de terror moderna: la española María de Zayas y la inglesa Mary Shelley, que hibridó oscuros relatos góticos del pasado con la naciente ciencia ficción. De forma fulgurante, lo siniestro irrumpió en la amansada realidad cotidiana, territorio familiar para las escritoras, excluidas durante siglos de la vida pública, centinelas del hogar, de sus rutinas y ruinas. Quizá por eso fue durante décadas un género tachado de infantil y menospreciado. Cuando Mary inventó a su criatura más famosa en 1816, ya infringía los códigos de su época al vivir con el poeta Percy B. Shelley y tener hijos sin casarse. Los prejuicios sociales afectaron las ventas del libro y la autora fue condenada al ostracismo. Como afirma su biógrafa Charlotte Gordon: «A principios del siglo xix, las mujeres artistas eran monstruosas por definición».

La mirada de Mary Shelley hacia su protagonista es siempre compasiva. Aunque popularmente lo llamamos Frankenstein, en la novela carece de nombre propio, más allá de demonio, miserable o desgraciado. Rechazado por su creador, Víctor Frankenstein representa la orfandad y el anhelo de compañía, en un eco de la infancia solitaria de la propia escritora. Huyendo del laboratorio de Ingolstadt donde despertó a la vida, encuentra cobijo en el cobertizo de una granja. A fuerza de observar a escondidas a los habitantes de la casa, aprende a hablar, leer y escribir. Aunque conoce la carne, elige ser vegetariano. Lector ávido, devora libros de Plutarco y Goethe. Se vuelve culto, sagaz y sensible, pero también consciente del espanto que provoca su aspecto. La parte más conmovedora de la novela relata cómo la sociedad defrauda al monstruo. Al verlo, todos se horrorizan y lo expulsan a golpes. Incluso cuando salva la vida a una niña, el padre dispara contra él. Sus intentos por aproximarse a los seres humanos terminan de forma violenta y cruel.

En la película Frankenstein, clásico dirigido por James Whale, una multitud enfurecida, empuñando antorchas y ansiedades, tortura al desgraciado en el bosque. Conscientemente, la sobrecogedora escena evoca los linchamientos de negros en Estados Unidos. Whale, abiertamente homosexual en aquellos años treinta, se identificó no con la horda de furiosos ciudadanos sino con la víctima, injustamente atacada por ser extraña e insólita. En El espíritu de la colmena, del maestro Víctor Erice, otra niña descubre que el auténtico peligro procede de esos adultos de mirada inclemente, no del monstruo acorralado.

La palabra «monstruo» comparte raíz con el latín monstrare, «señalar con el dedo», ese índice apuntado hacia lo diferente, hacia aquello que invade nuestros arraigados mapas de la realidad. Por tanto, es el dedo que apunta y rechaza el que crea al monstruo. En cambio, «normal» proviene de norma, el nombre latino de la escuadra, un instrumento de carpintería destinado a fabricar objetos en serie, todos iguales. El ser imaginado por Mary Shelley encarna lo contrario: pieles cosidas y órganos entretejidos, un cuerpo múltiple que nacía a una nueva vida.

La literatura de terror alude a una pulsión humana muy primitiva, ancestral, común a todos los individuos: el temor al distinto. En palabras de H. P. Lovecraft: «La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido». Todavía nos resulta difícil convivir alegremente con la diferencia, reconocer su belleza y fortaleza, su variedad fabulosa y festiva. Los presuntos monstruos nos invitan a inventar otras reglas de juego: no es casualidad que diversión provenga de diversidad.

Fuente:

El Espectador, sábado 28 de octubre de 2023.

https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/ivallejo/benditos-monstruos/

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