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«Todos
los hombres, todos los días, tienen al menos un segundo de felicidad».
Jorge Luis Borges
El Coro: ¿Y no llegaste aún más adelante
en tus propósitos?
Prometeo: Sí: liberé a los hombres de la obsesión de la muerte.
El Coro: ¿Qué remedio has descubierto, pues, para este mal?
Prometeo: He hecho nacer entre ellos la ciega esperanza.
Prometeo: Sí: liberé a los hombres de la obsesión de la muerte.
El Coro: ¿Qué remedio has descubierto, pues, para este mal?
Prometeo: He hecho nacer entre ellos la ciega esperanza.
Esquilo
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El Grupo Sofos tiene el
gusto
de invitarle a la conversación:
de invitarle a la conversación:
Siquiera tenemos las palabras
El tema de la próxima sesión es «Siquiera
tenemos las palabras», a cargo de Alejandro
Gaviria, economista, escritor e ingeniero, exministro de Salud y Protección
Social y actual director del Centro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible para
América Latina (CODS) de la Universidad de los Andes.
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Entrada libre
Lugar: Casa
Museo Otraparte / Carrera 43A n.º 27A Sur - 11 / Envigado
Fecha: Mayo
25 de 2019
Hora: 2:30 p. m.
Ver formulario de evaluación de la conferencia:
Escuchar transmisión en vivo:
Para participación y realizar preguntas
en línea, favor comunicarse
a nuestra línea 448 24 04 o a nuestro correo: gruposofos@gmail.com
a nuestra línea 448 24 04 o a nuestro correo: gruposofos@gmail.com
Para obtener información adicional puede comunicarse
con nosotros al correo electrónico gruposofos@gmail.com. En nuestro blog http://gruposofos.blogspot.com podrá consultar la programación, la metodología
de trabajo y la presentación del grupo. O puede también comunicarse con la Casa
Museo Otraparte: Teléfono: 448 24 04 - Correo electrónico: otraparte@otraparte.org - Sitio web: www.otraparte.org.
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Lectura preliminar
Introducción
Vivimos en
una época inquietante y contradictoria. Por un lado está el avance silencioso y
persistente de la humanidad: la disminución de la pobreza, del hambre, de las
guerras, de la mortalidad infantil (y por enfermedades transmisibles); por el
otro, el surgimiento de nuevos desafíos y amenazas: el aumento de la
desigualdad, el crecimiento del populismo autoritario, el despertar del
nacionalismo, la pérdida de confianza en las instituciones democráticas y el
cambio climático que se cierne, en este comienzo de siglo, como una amenaza
para el futuro de la humanidad.
Sabemos o
intuimos que estamos en un punto de quiebre, en un momento de cambio, en una
coyuntura global de definiciones. Esperamos —unas veces optimistas, otras veces
temerosos— que la humanidad haya aprendido las peores lecciones del siglo XX:
sobre nuestra propensión a la locura, nuestra inveterada afición a
entrematarnos, nuestras tendencias depredadoras, nuestros apetitos
irrefrenables…
Por fortuna,
contamos con un legado imprescindible: la poesía, las historias y las palabras;
conservamos la capacidad de reflexión, raciocinio e ironía. Siquiera tenemos
las palabras. La literatura no podrá salvarnos, pero es uno de nuestros
principales mecanismos de defensa; un refugio, un consuelo y una forma de
resistencia.
En 1993,
varios años después de la caída del muro de Berlín y, con él, del comunismo
europeo, en un momento parecido a este, de incertidumbre y cambios tumultuosos,
el poeta ruso Joseph Brodsky (por entonces exiliado en Estados Unidos) le
escribió una carta abierta al presidente de Checoslovaquia, el dramaturgo e
intelectual Václav Havel. La misiva terminaba con un consejo sencillo, una
invitación a compartir los libros leídos, las reflexiones y notas al margen, «porque
no es precisamente en la escuela de leyes donde aprendemos de imperativos
morales». Mostrar la biblioteca y no la declaración de renta fue la sugerencia
de Brodsky a su amigo.
Este libro
breve y reiterativo hace precisamente eso: comparte los libros leídos y
anotados (algunos frenéticamente), sobre todo aquellos que dicen algo sobre el
momento actual. Algunas de las historias son prestadas, vueltas a escribir,
comentadas, interpretadas, deformadas según mis gustos y propósitos. Otras, por
el contrario, son nuevas, inventadas, originales, pero inspiradas por los autores
con todo caso compendiados. Todos le hablan desde el pasado al mundo del
presente y del futuro.
El libro
recoge los sesgos de mi biblioteca y de mis lecturas desordenadas. Abarca una
serie de temas recurrentes: la complejidad del cambio social, las espurias
promesas de felicidad absoluta, los extravíos de los redentores de almas con
sus buenas intenciones, la necesidad existencial del escepticismo, la
corrupción del lenguaje político, la asociación entre fanatismo y paranoia, las
tensiones entre derechos humanos y sostenibilidad ambiental, la precariedad de
nuestro legado biológico…
Con todo, los
diez capítulos que conforman este libro presentan una visión del mundo y del
cambio social que me gusta llamar «optimismo trágico». Una visión que parte de nuestros
límites biológicos, de nuestras pulsiones negativas y de los errores de la
evolución, pero no termina allí; es una visión que también refleja la
importancia de la cultura, la posibilidad del progreso, la relevancia de
algunas ideas y la centralidad de las instituciones humanas. Quizás estemos
rotos por dentro, pero no somos un caso perdido. La redención es posible.
Como lo
muestran las reflexiones aquí compendiadas, el optimismo trágico combina un
moderado pesimismo frente a nuestra condición con un sosegado optimismo
respecto a las potencialidades humanas, a pesar de todo: de la muerte, de
nuestros apetitos insaciables, del sinsentido de la historia. Por supuesto, el
paraíso es una ilusión engañosa. Pero hay salidas. Oportunidades. Resquicios.
Formas reales e imaginadas de felicidad (siempre transitorias).
Este libro
también quiere ir más allá de la distinción entre cultura literaria y cultura
científica planteada hace ya sesenta años por el intelectual inglés C. P. Snow;
de manera deliberada, mezcla y entrelaza la literatura y las ciencias sociales;
muestra (o, al menos, eso espero) que en la literatura hay una intuición, una
forma de aprehender la realidad capaz de contribuir a las ciencias sociales, de
complementarlas y cuestionarlas.
Respecto a los
problemas de nuestro tiempo, usualmente hay dos posturas opuestas: la
indignación o el cinismo. Este libro intenta, sin exageraciones, trascender
esas dos posturas y contrastarlas con una postura intermedia, más reflexiva y
constructiva. Trata de buscar un punto intermedio entre la rabia y la
indiferencia, entre el afán destructivo y la pasividad complaciente, sin dejar
de lado la mal entendida ironía.
* * *
A mediados de
septiembre del año pasado, un sábado en la mañana, llegué muy temprano al
aeropuerto de Bogotá. Tenía una presentación en la Feria del Libro de Cali y no
quería pasar apuros. El avión tuvo un pequeño retraso a causa de un asunto
rutinario, un pasajero ausente. «Roberto…, favor presentarse en la cabina»,
dijeron los auxiliares varias veces. Yo estaba concentrado en mis asuntos y no
puse atención al apellido.
Aterrizamos
en Cali unos minutos después de la hora programada. El conductor que debía
recogerme llegó media hora tarde, exasperado, quejumbroso del tráfico y de la
vida. Tenía dos carteles escritos a mano, uno de ellos con mi nombre. Salimos
hacia el carro, una camioneta blanca, pero él se veía ansioso. Sin mediar
palabra, regresó a la salida de los vuelos nacionales. «Falta alguien que venía
en el mismo vuelo», me dijo. El otro cartel decía «Roberto…».
Volvió
después de varios minutos, resignado, y arrancó con el cupo a medias. Su
teléfono no paraba de sonar. Alguien preguntaba por Roberto. «No llegó, nunca
apareció». La llamada se repitió tres o cuatro veces. Pasado un tiempo, el teléfono
dejó de sonar. No había nada qué hacer. Viajamos en silencio, imbuidos en
nuestras cosas.
Media hora
después arribamos a un hotel en el centro de la ciudad. El conductor seguía
preocupado por el pasajero ausente. «Nunca apareció el otro señor, Roberto
Burgos», explicó de manera defensiva. «El escritor Roberto Burgos Cantor murió
hace unos días», aclaró uno de los organizadores de manera precisa. Su
ausencia, entendimos, estaba más que justificada. Al parecer, la realidad no
consentía su muerte. Después de morir, uno sigue viviendo por un tiempo en
registros, carteles y parlantes. La inercia de las cosas.
Un mes antes
habíamos llegado juntos a la Feria del Libro de Bucaramanga. La logística
funcionó sin tropiezos. Ese día lo vi por última vez pero no pudimos hablar. Me
habría gustado oír sus historias, preguntarle varias cosas. Me quedó esta
historia de fantasmas. Así es la vida: nos consuela con algunas coincidencias.
Después de
leer en Internet la historia de este desencuentro, el poeta Federico Díaz
Granados me escribió un pequeño mensaje, una elegía en miniatura que terminaba
diciendo: «siquiera tenemos las palabras».
Las palabras
nos consuelan, nos abren la mente, nos mantienen despiertos, nos preparan para
la resistencia… Este libro es una celebración de las palabras y los libros en
un momento histórico peligroso. Nada más.
Fuente:
Gaviria,
Alejandro. Siquiera tenemos las palabras. Ariel, Bogotá, 2019. Capítulo
reproducido con autorización expresa del autor.
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Coda
Nos queda la palabra
Si he perdido
la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua, si he perdido la voz en la maleza, me queda la palabra.
Si he sufrido
la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada, si he segado las sombras en silencio, me queda la palabra.
Si abrí los
labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria, si abrí los labios hasta desgarrármelos, me queda la palabra. |
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Escuchar la canción «Nos queda la palabra»
de Blas de Otero en la voz de Paco Ibáñez:
de Blas de Otero en la voz de Paco Ibáñez:
Grupo Sofos
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