María Camila
Zuluaga Taborda forma
parte de una escuela donde se aprende especialmente confianza. En sus propias
palabras: «Creo en todas las manifestaciones de la vida, aprendo a ser una
planta tan noble como la cidra o las flores cosmos. Trabajo con niñas y niños y
mujeres, el río es mi lugar seguro y suelo cantarles a los gallinazos. Me
sembré en un territorio para que el territorio me siembre a mí. Sigo
escribiendo poesía y de la prensa apenas guardo la urgencia de decir la palabra
justa».
* * *
Entrada libre
Lugar:
Casa Museo Otraparte
Fecha: 16 de marzo de 2024
Hora: 3:00 p.m.
Ver transmisión en vivo:
Youtube.com/CasaMuseoOtraparte
Otraparte.org/agenda-cultural/sofos/20240316-sofos/
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Lecturas sueltas
Educar
~
Gabriel Celaya ~
Educar
es lo mismo
que poner un motor a una barca…
Hay que medir, pensar, equilibrar…
y poner todo en marcha.
Pero para eso,
uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino…
un poco de pirata…
un poco de poeta…
y un kilo y medio de paciencia concentrada.
Pero es consolador soñar,
mientras uno trabaja,
que ese barco, ese niño,
irá muy lejos por el agua.
Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia puertos distantes, hacia islas lejanas.
Soñar que, cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos seguirá
nuestra bandera enarbolada.
*
* *
«He aceptado para la poesía el homenaje
que aquí se le rinde, y tengo prisa por restituírselo. La poesía no recibe
honores a menudo. Pareciera que la disociación entre la obra poética y la
actividad de una sociedad sometida a las servidumbres materiales fuera en aumento.
Apartamiento aceptado, pero no perseguido por el poeta, y que existiría también
para el sabio si no mediasen las aplicaciones prácticas de la ciencia.
Pero ya se trate del sabio o del poeta, lo
que aquí pretende honrarse es el pensamiento desinteresado. Que aquí, por lo
menos, no sean ya considerados como hermanos enemigos. Pues ambos plantean
idéntica interrogante al borde de un común abismo; y sólo los modos de
investigación difieren.
Cuando consideramos el drama de la ciencia
moderna que descubre sus límites racionales hasta en lo absoluto matemático;
cuando vemos, en la física, que dos grandes doctrinas fundamentales plantean,
una, un principio general de relatividad, otra, un principio “cuántico” de
incertidumbre y de indeterminismo que limitaría para siempre la exactitud misma
de las medidas físicas; cuando hemos oído que el más grande innovador
científico de este siglo, iniciador de la cosmología moderna y garante de la
más vasta síntesis intelectual en términos de ecuaciones, invocaba la intuición
para que socorriese a lo racional y proclamaba que “la imaginación es el
verdadero terreno de la germinación científica”, y hasta reclamaba para el
científico de los beneficios de una verdadera “visión artística”, ¿no tenemos
derecho a considerar que el instrumento poético es tan legítimo como el
instrumento lógico?
En verdad, toda creación del espíritu es,
ante todo, “poética”, en el sentido propio de la palabra. Y en la equivalencia
de las formas sensibles y espirituales, inicialmente se ejerce una misma
función para la empresa del sabio y para la del poeta. Entre el pensamiento
discursivo y la elipse poética ¿cuál de las dos va o viene de más lejos? Y de
esa noche original en que andan a tientas dos ciegos de nacimiento, el uno
guiado con el instrumento científico, el otro asistido solamente por las
fulguraciones de la intuición. ¿Cuál es el que sale a flote más pronto y más
cargado de breve fosforescencia? Poco importa la respuesta. El misterio es
común. La gran aventura del espíritu poético no es inferior en nada a las
grandes entradas dramáticas de la ciencia moderna. Algunos astrónomos han
podido perder el juicio ante la teoría de un universo en expansión: no hay
menos expansión en el infinito moral del hombre: ese universo. Por lejos que la
ciencia haga retroceder sus fronteras, en toda la extensión del arco de esas
fronteras se oirá correr todavía la jauría cazadora del poeta. Pues si la
poesía no es, como se ha dicho, “lo real absoluto”, es por cierto la codicia
más cercana y la más cercana aprehensión en ese límite extremo de complicidad
en que lo real en el poema parece informarse a sí mismo.
Por el pensamiento analógico y simbólico,
por la iluminación lejana de la imagen mediadora y por el juego de sus
correspondencias, en miles de cadenas de reacciones y de asociaciones extrañas,
merced, finalmente, a un lenguaje al que se trasmite el movimiento mismo del
ser, el poeta se inviste de una superrealidad que no puede ser la de la
ciencia. ¿Puede existir en el hombre una dialéctica más sobrecogedora y que
comprometa más al hombre? Cuando los filósofos mismos abandonan el umbral
metafísico, acude al poeta para relevar al metafísico; y es entonces la poesía,
no la filosofía, la que se revela como la verdadera “hija del asombro”, según
la expresión del filósofo antiguo para quien la poesía fue asaz sospechosa.
Pero más que modo de conocimiento, la
poesía es, ante todo, un modo de vida, y de vida integral. El poeta existía en
el hombre de las cavernas; existirá en el hombre de las edades atómicas; porque
es parte irreductible del hombre. De la exigencia poética, que es exigencia
espiritual, han nacido las religiones mismas, y por la gracia poética la chispa
de lo divino vive para siempre en el sílex humano. Cuando las mitologías se
desmoronan, lo divino encuentra en la poesía su refugio; aun tal vez su relevo.
Y hasta en el orden social y en lo inmediatamente humano, cuando las Portadoras
de pan del antiguo cortejo dan paso a las Portadoras de antorchas, en la
imaginación poética se enciende todavía la alta pasión de los pueblos en busca
de claridad.
¡Altivez del hombre en marcha bajo su
carga de eternidad! Altivez del hombre en marcha bajo su carga de humanidad
cuando para él se abre un nuevo humanismo—, de universalidad real y de
integridad psíquica… Fiel a su oficio, que es el profundizar el misterio mismo
del hombre, la poesía moderna se interna en una empresa cuya finalidad es
perseguir la plena integración del hombre. No hay nada pítico (sonido del
oráculo) en esta poesía. Tampoco nada puramente estético. No es arte de
embalsamador ni de decorador. No cría perlas de cultivo ni comercia con
simulacros ni emblemas, y no podría contentarse con ninguna fiesta musical.
Traba alianza en su camino con la belleza —suprema alianza—, pero no hace de
ella su fin ni su único alimento. Negándose a disociar el arte de la vida, y el
amor del conocimiento, es acción, es pasión, es poder y es renovación que
siempre desplaza los lindes. El amor es su hogar, la insumisión su ley, y su
lugar está siempre en la anticipación. Nunca quiere ser ausencia ni rechazo.
Nada espera sin embargo de las ventajas
del siglo. Atada a su propio destino y libre de toda ideología, se reconoce
igual a la vida misma, que nada tiene que justificar de sí misma. Y con un
mismo abrazo como con un sola y grande estrofa viviente, enlaza al presente
todo el pasado y lo por venir, lo humano con lo sobrehumano y todo el espacio
planetario con el espacio universal. La oscuridad que se le reprocha no viene
de su naturaleza propia, que es la de esclarecer, sino de la noche misma que
explora, a la que está consagrada a explorar: la del alma misma y la de
misterio que baña al ser humano. Su expresión se ha prohibido siempre la
oscuridad y esa expresión no es menos exigente que la de la ciencia.
Así, por su adhesión total a lo que
existe, el poeta nos enlaza con la permanencia y la unidad del ser. Y su
lección es de optimismo. Para él una misma ley de armonía rige el mundo entero
de las cosas. Nada puede ocurrir en ella que, por naturaleza, sobrepase los
límites del hombre. Los peores trastornos de la historia no son sino ritmos de
las estaciones en un más vasto ciclo de encadenamiento y de renovaciones. Y las
Furias que atraviesan el escenario, con la antorcha en alto, no iluminan sino
un instante del muy largo tema que sigue su curso. Las civilizaciones que
maduran no mueren de los tormentos de un otoño; no hacen sino transformarse.
Sólo la inercia es amenaza. Poeta es aquel que rompe, para nosotros, la
costumbre.
Y es así también como el poeta se
encuentra ligado, a pesar de él, al acontecer histórico. Y nada le es extraño
en el drama de su tiempo. ¡Que diga a todos, claramente, el gusto de vivir este
tiempo fuerte! Pues la hora es grande y nueva para recobrarse de nuevo. ¿Y a
quién le cederíamos, pues, el honor de nuestro tiempo…?
“No tema”, dice la Historia, quitándose un
día la máscara de violencia y haciendo con la mano levantada ese ademán
conciliador de la Divinidad asiática en el momento más fuerte de su danza
destructora. “No temas, ni dudes, pues la duda es estéril y el temor servil.
Escucha más bien ese latido rítmico que mi mano imprime, renovadora, a la gran
frase humana siempre en vías de creación. No es verdad que la vida pueda
renegar de sí misma. Nada viviente procede de la nada, ni de la nada se
enamora. Pero tampoco nada guarda forma ni medida bajo el incesante flujo del
Ser. La tragedia no descansa en la metamorfosis misma. El verdadero drama del
siglo está en la distancia que dejamos crecer entre el hombre temporal y el
hombre intemporal. El hombre iluminado sobre una vertiente ¿irá acaso a
oscurecerse en la otra? Y su maduración forzada, en una comunidad sin comunión,
¿no sería quizá una falsa madurez?
Al poeta indiviso tócale atestiguar entre
nosotros la doble vocación del hombre. Y esto es alzar ante el espíritu un
espejo más sensible a sus posibilidades espirituales. Es evocar en el siglo
mismo una condición humana más digna del hombre original. Es asociar, en fin,
más ampliamente el alma colectiva con la circulación de la energía espiritual
en el mundo… Frente a la energía nuclear, la lámpara de arcilla del poeta
¿bastará para este fin? —Sí, si de la arcilla se acuerda el hombre.
Y ya es bastante, para el poeta, ser la
mala conciencia de su tiempo».
Fuente:
Crónica. Fabril Editora, 1961, pp. 11-21.
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