Clara María Mira
González es abogada,
especialista en Estudios Internacionales, magíster en Ciencia Política de la
Universidad de Antioquia y especialista en Gerencia de la Seguridad Social de
la Universidad CES, donde actualmente ejerce como docente, coordinadora de Investigación
e Innovación y editora de la revista CES Derecho.
Hernán Mira
Fernández es médico psiquiatra
de la Universidad de Antioquia, miembro del Grupo Paz y Reconciliación en el Centro
de Fe y Culturas, fundador de la Cátedra Héctor Abad Gómez y columnista.
Actualmente ejerce como profesor de la cátedra Ética-Bioética en la Universidad
de Antioquia y ocasionalmente en la Universidad CES.
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Entrada libre
Lugar: Casa Museo
Otraparte
Fecha: 22 de julio de 2023
Hora: 3:00 p.m.
Ver
transmisión en vivo:
Youtube.com/CasaMuseoOtraparte
Otraparte.org/agenda-cultural/sofos/20230722-sofos
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Del otro lado del jardín
~
Fragmento ~
Por
Carlos Framb
Si bien Schopenhauer desestima el suicidio
a partir de su metafísica, se sirve de Hume para atacar los argumentos
teológicos contra el suicidio. Las razones contra el suicidio sostenidas por
los sacerdotes de las religiones monoteístas, o sea hebraicas, y por los
filósofos que se acogen a ellas son débiles sofismas fácilmente refutables.
Schopenhauer defiende el derecho del ser humano a definir el límite de su vida
como inalienable afirmación de su voluntad: no hay nada en el mundo sobre lo
que cada hombre tenga título más inexpugnable que sobre su propia vida o
persona.
Entre los grandes filósofos, Nietzsche,
finalmente, considera que en ciertas circunstancias es inconveniente vivir por
más tiempo, y que continuar vegetando en dependencia de médicos y practicantes,
cuando se ha perdido el sentido de la vida, debería motivar un profundo
desprecio por parte de la sociedad. Morir orgullosamente, cuando ya no sea
posible vivir con orgullo.
En la actual sociedad occidental el
suicidio suscita, en términos generales, un sentimiento de rechazo. Perduran
atavismos judeocristianos y el fantasma del pecado merodea todavía por la casa
de la ciencia: psiquiatras, psicólogos y sociólogos tratan el suicidio como una
patología o un vicio. La ley se limita a prohibirnos recurrir a la complicidad
activa del prójimo, a obligarnos a una muerte solitaria. Por su parte, el
Estado y sus servicios médicos no tienen en cuenta el deseo de morir del
individuo, y al custodiar celosamente los medicamentos y el conocimiento de las
dosis que permiten morir con serenidad, nos niegan el derecho a controlar la
modalidad más humana e indolora de la muerte.
Bienvenida sea la muerte voluntaria, ese
hermoso privilegio del hombre, ese acto de tenaz rebelión, de suprema
insumisión y de desasimiento, de rechazo al veredicto de la mayoría, al
prejuicio biológico que nos condena a la vida y al naufragio de mil fatalidades
no queridas; pero acto también de autoafirmación, de obediencia y pertenencia a
sí mismo, de dignidad razonada y humanidad dirigida contra el ciego dominio de
la naturaleza; grito de libertad en su dimensión extrema, triunfo de un yo que
se debe sólo a sí mismo, gesto superior de autonomía, soberanía y honor en que
el ser humano está a solas consigo, y ante el que la sociedad debe callar.
Derecho elemental a disponer de la propia
vida, a despedirse, cuando se desea y como se desea, de una existencia que por
razones personales no parece ya digna de ser vivida; a desprenderse del pesado
fardo del cuerpo, que se conoce ya demasiado bien, con todas sus miserias; a
tirar la vida como una flor, con indiferencia altiva; derecho a una muerte
limpia, sin dolor y sin violencia, en la lucidez y la ternura, sin otras
angustias que las inherentes a la separación; derecho a desvanecerse dulcemente
cuando el fin está próximo y ya sólo nos espera el horror; derecho a la
desesperación y al fracaso; derecho a desertar de una lucha que se sabe de
antemano perdida y de un juego cuyas reglas no aceptamos; derecho a marcar uno
mismo el límite de la existencia, a ponerlo todo en duda, a marcharse sin ruido
de un mundo que nos acorrala y que despreciamos, de una sociedad que enferma y
enloquece, que decapita y electrocuta, de una humanidad que se ahoga en sus
propios desechos. Derecho a matarse en protesta por nacer sin haberlo pedido,
por estar condenado a la muerte, por el carácter insensato de esta agitación
cotidiana, por la inutilidad del sufrimiento, por las tristezas e injusticias
de esta Tierra, por una vida sin brillo, por un mundo devastado donde el
olvido parece la única realidad y la desilusión sin remedio la única actitud.
Liberación más que amenaza, sueño
definitivo más que agonía, prerrogativa más que castigo, gesto último, no de
agresión, sino de reconciliación con uno mismo, arte de partir a tiempo,
búsqueda del aire libre, acercamiento a la tierra, idea bienhechora de ser
humus, toque final de gracia, decorosa abdicación de príncipes sin reino, huida
del absurdo de la existencia al absurdo de la nada, renuncia a la lógica de la
vida y a la proliferación maligna del ser. El suicidio tranquilo es la muerte
más natural porque es la que uno ha escogido libremente, y no la que nos
imponen los verdugos; muerte diferente, serena, consciente, sin ataque por
sorpresa, muerte vital incluso, alegre y poética si se quiere, muerte propia
—como quería Rilke—, muerte digna que da a la existencia su justo final y que
nos venga de las humillaciones que nos inflige el destino.
Fuente:
Del otro lado del jardín, pp. 75-78. Se reproduce con el permiso
expreso del autor.
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Cien cuyes
Por Diego Aristizábal Múnera
Solemos ser tan solemnes para hablar de la
muerte, que muchas veces no queda más remedio que seguir viviendo bajo la
absurda idea de la eternidad. Si alguien habla de la muerte en el almuerzo
familiar, lo más probable es que sea catalogado como ave de mal agüero, alguien
dirá que la muerte no debe llamarse porque entonces viene, como si esa parca,
flaca y huesuda, tuviera sobre todo orejas, como si en un almuerzo familiar
ella no pudiera sentarse y participar de eso que simplemente ocurre y ya, y no
hay que aceptarla en silencio. Por hablar de la muerte no nos vamos a morir,
digo yo.
Recién leí Cien cuyes, del escritor
peruano Gustavo Rodríguez, una novela que le quita la solemnidad a la muerte, a
la vejez, a la muerte digna, y lo hace de una forma tan bonita y graciosa, que
dan ganas de ponerle orden al asunto, organizarla bien, en todos los sentidos,
porque pensar en la muerte es una forma linda de celebrar la vida.
¿Han pensado en cómo les gustaría morir?
¿Han imaginado qué canción sería la última que quisieran escuchar mientras
mueren o cuál desearían que los vivos pusieran para que recuerden al muerto?
¿Deberíamos hablar de la muerte con la misma naturalidad con que hablamos del
nacimiento? ¿Cuáles son los miedos que tenemos ante la muerte? ¿Cuál sería la
última imagen con la cual quisieran quedarse antes de morir? ¿Serían cómplices
de una muerte asistida, o para ponerlo en términos de la novela, cuidarían a
alguien hasta el último suspiro? Si tener la información a tiempo es la clave
para decidir la longitud de una película… y también la de una vida, ¿les
gustaría tener la información a tiempo?
Se vale pensar en la muerte sin que eso te
haga un pesimista ante la vida; al contrario, en la medida que más
familiarizados estemos con la muerte, hagamos más chistes de ella y sobre ella,
creo yo, viviremos con cierta liviandad, no nos despediríamos de alguien como
si diéramos por hecho que nos volveremos a ver. Pensar en la muerte es pensar
en vivir, repito. Ahora, como lo expresa muy bien uno de los personajes de la
novela, «llegas a una edad en la que te preocupa cómo serán tus últimos días.
La muerte ya no es una idea difusa, es una posibilidad real», ¿qué hacer
entonces, dejarla que llegue cuando le dé la gana o actuar porque pensar en la
propia muerte también es una gran opción? «Aquí los pollos tienen una mejor
muerte que los humanos», dice Jack.
¿Si uno ayuda a morir a alguien es un
asesino? ¿Es pecado matar a alguien si el único beneficiado es el fallecido? A
veces, bastan diez cuyes para empezar un negocio; a veces, basta querer
muchísimo a alguien, o a uno mismo, para pensar que morir, cuando se quiera, es
también una opción.
Fuente:
El Colombiano, viernes 23 de junio de 2023:
https://www.elcolombiano.com/opinion/columnistas/cien-cuyes-FN21798296
Grupo
Sofos
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