El Grupo Sofos tiene el
gusto
de invitarle a la conversación:
de invitarle a la conversación:
Lucía González:
Por el derecho a soñar
Acompañada
por Edward Niño, Jeihhco y Julián Marín
El tema de la sesión inaugural
es “Por
el derecho a soñar”, a cargo de Lucía
González Duque, arquitecta, gestora social y cultural. Se ha desempeñado
como asesora en Idartes en la Alcaldía de Bogotá en la Línea de Arte para la Transformación
Social; del Centro Internacional de Cultura Transicional en asuntos de memoria
histórica; de la Oficina del Alto Comisionado para la Paz y la Reconciliación y
de la Alcaldía de Medellín. Ha sido directora en Museo Casa de la Memoria,
Museo de Antioquia, Orquesta Filarmónica de Medellín, Teatro Pablo Tobón Uribe
y Pequeño Teatro. Fue directora de Planeación Departamental y actualmente forma
parte de la Comisión de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición.
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Entrada libre
Lugar: Casa
Museo Otraparte / Carrera 43A n.º 27A Sur - 11 / Envigado
Fecha: Febrero
17 de 2018
Hora: 2:30 p. m.
Escuchar transmisión en vivo:
Para participación y realizar preguntas
en línea, favor comunicarse
a nuestra línea 448 24 04 o a nuestro correo: gruposofos@gmail.com
a nuestra línea 448 24 04 o a nuestro correo: gruposofos@gmail.com
Para obtener información adicional puede comunicarse
con nosotros al correo electrónico gruposofos@gmail.com. En nuestro blog http://gruposofos.blogspot.com podrá consultar la programación, la metodología
de trabajo y la presentación del grupo. O puede también comunicarse con la Casa
Museo Otraparte: Teléfono: 448 24 04 - Correo electrónico: otraparte@otraparte.org - Sitio web: www.otraparte.org.
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Lectura preliminar
Por William Ospina
Lo que hemos hecho en estos días no es despedir a un hombre sino
saludar a un mito.
Cuando García Márquez empezaba a perder la memoria, un diario del
continente tituló: “¿Y ahora quién recordará por nosotros?”. Gabo no sólo nos
dio toda su memoria personal: la convirtió en un instrumento para nombrar y descifrar
su mundo, y, a la cabeza de una generación admirable, cambió para el planeta la
idea de América Latina.
En esa tarea lo habían precedido, entre otros, un nicaragüense:
Rubén Darío; un mexicano: Alfonso Reyes; un chileno: Pablo Neruda; un
argentino: Jorge Luis Borges, y otro mexicano: Juan Rulfo. Habían traído el
ritmo, el rigor, el reconocimiento del territorio, la perplejidad creadora, el
pensamiento mágico. García Márquez aportó la diablura, el colorido, la
sensualidad, la exuberancia, la fiesta de las palabras, y un sentido realista
de la fantasía que hizo que los sueños se parecieran a la vida y podría hacer
que la vida se parezca a los sueños.
Toda felicidad verdadera es colectiva, y la obra de Gabriel García
Márquez es el más feliz de los sueños que hayamos compartido. Pero no sólo nos
hizo sentir a los latinoamericanos habitantes de la misma casa, sino que nos
unió con el mundo.
Habíamos crecido como huéspedes tardíos de la historia, habíamos
llegado tarde al diseño de la civilización, todas las metrópolis se creían con
derecho a disponer de nuestro presente y a dictar nuestro futuro. Esa
generación fue la primera que definitivamente les dijo a aquellos mandarines
que ahora éramos los dueños de nuestro destino y los inventores de nuestros
propios sueños.
Y si algo le añadió García Márquez a ese mosaico de ritmo, de rigor,
de originalidad, de lucidez y de honda humanidad fue una alegría caribeña, una
nitidez de las imágenes, una audacia de la imaginación, un dominio del canto y
una fe en la vida tan elocuente que América Latina se sintió renacer en su voz,
y el mundo entero la vio brotar como una flor desconocida entre las selvas de
la historia, como un polen fecundo para las viejas culturas cansadas, y como
una promesa.
Fue largo el camino para llegar a creer en nosotros: ahora comienza,
ya ha comenzado, el camino, más largo aún, para reinventar la vida en este
planeta en peligro. Después de Borges, después de Rulfo, después de Neruda,
después de García Márquez, ya tendrán que contar con nosotros para el rediseño
de la civilización.
García Márquez no quiso ya ser un hombre de perfil nacional; fue,
como Bolívar, un luchador continental, un hombre del mundo, y un hombre de su
época. Lo saludamos ante todo como un alto creador en el lenguaje, como lo que
principalmente fue, como un poeta, pero nadie quiere olvidar al ser humano
amistoso y mágico, al cantor de las fiestas, al amigo personal de quienes lo
vieron así fuera una sola vez, al amigo personal de todos los que lo leen, al
hombre comprometido con los cambios históricos, con la justicia y con la
generosidad, a un maestro del buen vivir y del buen soñar, que no será jamás
ceniza, porque está en el recuerdo vivo de miles de seres que le trasmitirán su
memoria a las generaciones, y porque está siempre esperándonos en esas páginas
que cambian corazones y que despiertan mundos.
El fervor que queremos en la tierra es el fervor que vive en sus
páginas. También en ellas hay dolor y muerte, guerras y desastres, trenes que
nos traían el progreso y que se alejaron cargados de muertos, pueblos errantes
que llevan la cultura de un lado a otro, gitanos que polinizan el tiempo.
También en ellas está ese coronel cuya carta no llega, el luchador que no tiene
patria que le agradezca, el servidor al que los Estados y las sociedades
olvidan, y barcos que se quedaron atrapados tierra adentro, que no tuvieron mar
para el viaje, y seres que no pudieron escapar a la soledad, pero también
gentes que no se mueren antes de alcanzar el amor, mujeres que centran el
mundo, hombres atados para siempre a los árboles, y guerreros feroces que
terminan sus días haciendo pescaditos de oro.
Rimbaud dijo que había que inventar el amor, y es cierto que al
mundo hay que inventarlo continuamente. Hay quien dice que García Márquez
inventó a América Latina, así como alguien dijo que Hokusai inventó al Japón.
El mundo no es verbal, de modo que nombrarlo es de todas maneras inventarlo,
pero una vez que se lo nombra ya es parte de la memoria de todos.
Él nos invitó a que propusiéramos desde la América Latina “una nueva
y arrasadora utopía de la vida”. El nuestro es el continente donde se dio cita
el mundo. Los humanos tenemos que aprender a respetar este planeta, pero para
ello los poderes tienen que aprender a respetar a la humanidad. Porque no queremos
un mundo en el que estorbe la humanidad.
Alguna vez le dije: “Gabo, a ti ya te leen más que al Espíritu
Santo, y eso es pecado. Dime, ¿cuál es tu secreto?”. Y él me contestó: “La
verdad es que sí tengo un secreto y te lo voy a revelar: todo consiste en
impedir que el lector se despierte”.
Gabo: sigue impidiendo que nos despertemos, y nosotros nos
encargaremos de que tú no dejes de soñar.
Fuente:
Grupo Sofos
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