* * *
Algunos malquerientes
etiquetaron a (don) Tomás Carrasquilla como “escritor costumbrista”. Decir
“costumbrista” es decir “chocolate con pandequeso”, “pendejo”, “montañero”. ¿Es
Carrasquilla un escritor de costumbres o, más allá, un autor realista, implacable
retratista de la Medellín en que vivió y creó su obra? El epíteto de
“costumbrista” aleja a la gente, espanta lectores. Se lo pusieron por miedo:
para que nadie lo lea, para que sus observaciones mordaces y reflexiones
críticas duerman el sueño de los justos en polvorientas bibliotecas
pueblerinas. Pero, háganme un favor, quítenle esa chapa y lean “Frutos de mi tierra”, “La marquesa de Yolombó” o “Ligia Cruz”, novelas impregnadas de
ironía, perspicacia y emoción narrativa.
Esteban
Carlos Mejía
* * *
El Grupo de estudio y trabajo académico, SOFOS,
tiene el gusto de invitarle a la conferencia:
tiene el gusto de invitarle a la conferencia:
Sin Tomás Carrasquilla no
hay salvación...
Con la participación de
Esteban Carlos Mejía
Esteban Carlos Mejía
Enmarcada
en el ciclo Sofos 2017:
“Grandes
pensadores de la crítica en Colombia”
* * *
El tema de la próxima sesión es
“Sin
Tomás Carrasquilla no hay salvación...”, a cargo de Esteban Carlos Mejía, novelista, columnista y publicista. Con el
programa televisivo “Especiales del Arte”, del que era director y conductor,
obtuvo en 1991 el Premio Simón Bolívar en Investigación Cultural. Su cuento
“Cuestión de escrúpulos” (Gaceta, 1979) fue llevado a escena, junto con textos
de otros autores, por el Colectivo Teatral Matacandelas entre 1982 y 1988. Mentirás al prójimo como a ti mismo, su
ópera prima, ganó el Premio Nacional de Novela Universidad de Antioquia 2000
(edición en 2001). I love you putamente
(La otra orilla, Norma), primera novela de Trilogía
de espaldas a Medellín, apareció en 2007. La segunda parte, Esos besos que te doy, fue publicada en
2016 por Sílaba Editores. Actualmente trabaja en Los abismos de tu sexo, novela que completa la trilogía. Hagan el favor de hacer silencio
(Sílaba, 2013) es una novela erótico-humorística-política. Tiene una columna en
El Espectador (“Rabo de paja”), un
programa cultural en radio (“La punta del iceberg”, Cámara 89.9, Medellín) y
una tertulia literaria (“Mesita de noche”, Universidad EAFIT, Medellín).
Carta a Tomás Carrasquilla
Medellín,
enero 29 de 1935
A
don Tomás Carrasquilla
En su casa.
Ilustre amigo:
Estoy muy contento por el ejemplar
que me dedicó de sus Dominicales. Lo leí, lo fui leyendo con mucha envidia;
es tan bello que nos mata la envidia, así como una muchacha que vi hoy, tan pletórica,
que me vine para la oficina repitiendo: “No la miraré, no la miraré... ¡Qué bueno
que se muriera!”.
Los más enamorados de la belleza
somos los más envidiosos. ¿Por qué va a ser malo eso de llorar porque no hicimos
el Moisés y no escribimos los libros suyos? Cuentan que César lloraba a causa de
Alejandro y que a Bolívar le daban unas envidias que lo mataban. Indudablemente
que envidioso no puede ser sino el que comprende la belleza de las cosas ajenas.
Para mí tengo que la envidia es el acicate.
Pero de sus libros me consuelo
pensando que son suyos y que usted es mi amigo y que es el Maestro de Colombia.
Son tan hermosos, que sólo por ser suyos los perdono.
Lo que sí no puedo perdonar nunca
es el segundo párrafo del libro de usted que están editando en Atlántida, ese párrafo
en donde trata de su memoria: ¡maldita sea no haber sido yo el que escribió eso!
Dígame: ¿Puede uno ver a las muchachas
sin desear apropiárselas? ¿Puede haber contemplación desinteresada de la belleza?
Reciba mi corazón,
Fuente:
Deshora - Revista de poesía,
n.º 3, Medellín, abril de 1999, p. 63.
* * *
“Hace Tiempos” de Tomás Carrasquilla
Por Fernando González
He querido indicar, aconsejar una
manera de leer a Carrasquilla: tomándolo como guía para entender nuestra propia
vida, como historiador de la patria antioqueña. Su valor máximo es el de Maestro,
en el sentido de que nos enseña acerca de nosotros mismos.
Luego de sentirlo durante años
y de controlar y criticar este sentimiento, me veo obligado a emitir el juicio de
que Tomás Carrasquilla es uno de los tres únicos motivos de orgullo para Suramérica,
en cuanto a humanidad. Antes de llegar a los cuarenta años, yo juzgaba fácilmente;
después de que llegué a esa edad crítica, únicamente este juicio acerca del Maestro
no me deja escrúpulos. Este Carrasquilla es tan mirón, tan escuchador, tan sastre
de ropas y de almas, tan realista, tan semidiós que se nutre de las energías de
su patria antioqueña, que a pesar de que soy cuarentón estéril, al leerlo y al oírlo,
me empreña de este juicio: es único en Colombia; es orgullo colombiano, es el que
puedo enviarle a M. Bréal, para que vea que somos iguales a los europeos; porque
M. Bréal me pidió que le enviará libros y revistas colombianos, “para ver en dónde
vive monsieur González”, y nada encontré para remitirle sino un guarniel envigadeño
y libros de Tomás Carrasquilla. Ahora, a los setenta y siete años, está dando a
luz esta obra “Hace Tiempos”, en tres volúmenes, de los cuales apareció el primero,
y no resisto al deseo de contar mis emociones, desordenadas, como me nacen a medida
que leo.
El niño de pueblo, nacido y criado
en pueblo, adquiere nociones de que carece el ciudadano. Entiendo por pueblo a Florencia
antigua, a Santo Domingo, Envigado, Atenas de Sócrates y aquel Abejorral de Clodomiro
y don Dionisio. Entiendo por ciudad a la Bogotá del Congreso, cafés y periódicos,
y a Medellín. Y digo: en ciudades no nacen hombres históricos: son de pueblo; los
buenos estudiantes son de pueblo. La vida humana viene de los pueblos a lucir en
las ciudades.
El puebleño llega a la ciudad con
el alma vertebrada; vértebras que son las impresiones, sentimientos, nociones indelebles
recibidas en la aldea. Porque ésta se compone de tipos: la iglesia y sus torres
quedan como patrón; patrones son el bobo, el loco, el muchacho, el cura, la puta,
la sobrina del cura, el maestro y el boticario...
El artista, sobre todo el artista,
tiene que ser de Santo Domingo, Abejorral o Envigado. ¿Cómo no, si tiene que haber
pasado los años en que el alma es de cera blanda, hundido en el silencio de la plaza,
viendo muy despacio a los personajes-mitos, oyendo comentar durante años los acontecimientos-mitos,
en una palabra, for-mán-dose? El ciudadano no sabe los enredos que hay para que
nazca un niño; no lo envían lejos, donde mano Juan, cuando la Virgen va a traer
a la criatura; no sabe de los cuchicheos, de los tapados, de los paladeos. Casi
puede afirmarse que el hombre ciudadano nace sabio, o sea, perdida la inocencia.
Ya, ya lo sabe todo. En las ciudades no comentan, no critican, no se escandalizan
con el loco, la ramera, el homicidio, el noviazgo...
La plaza, la iglesia, el doctor,
el boticario, el gamonal, la señora, la negra Cantalicia, etc... ¡Eso no lo conocen
sino los que somos de Santo Domingo o Envigado!
Es preciso, para que el alma sea
fuerte, para que tenga eco, que en la niñez se reciba la impresión lenta, constante,
comentada, de cada escena de la vida y de cada cosa-típica de las que acompañan
al hombre en el resto del viaje. Esas impresiones, o mejor, nociones, quedan como
ejes de la personalidad. El niño bogotano ve muchas iglesias y las compara y juzga:
es un madurado biche, y por eso son tan carajos. Yo, por ejemplo, cuando entré donde
el Moisés y a la basílica de San Pedro, llevaba conmigo la iglesia de Envigado y
los santos de palo de Misael y de los Carvajales, y cuando vi al Papa, me pareció
más papa el Padre Mejía. Y con el Moisés... pues nadie lo ha amado como yo, porque
era la estatua de don Martín Arango, el dueño de las fincas de las Palmas. Ante
la Venus de Cirene... pues era el diablo, era la carne, eran las piernas blancas
de María Josefa, atisbadas y vistas, atisbadas durante meses, premeditadas, vueltas
a atisbar y vistas un instante que fue relámpago feliz. Y oí, sólo oí durante la
infancia, la guitarra de Marco Aurelio, y cuando decía treearbre, mi alma decía
algarrobo de Mamerto; todo árbol es para el niño u hombre de pueblo, el algarrobo
de Mamerto. ¿Qué personalidad puede tener, qué artista, qué héroe puede ser el hombre
que en la niñez dijo árbol en varios idiomas y conoció árboles de todas latitudes?
Hay que haber mamado un solo idioma, mamado todas las nociones de un Santo Domingo,
para ser personalidad.
Ahora bien, tengo para mí que el
primer mérito de Tomas Carrasquilla consiste en ser, por sobre todos los artistas
españoles y americanos de hoy, el observador e historiador de estas nociones-típicas
de su pueblo. Paréceme que Antioquia, la única patria que ha habido en Suramérica,
vivirá en el recuerdo por haber tenido a Tomás Carrasquilla para que le describiera
su personalidad.
Digo que Antioquia fue la única
patria, porque en estas arrugas se vivió con modos, ambiciones, sentimiento
y lenguaje tan característicamente fuertes, que hasta milagro parece. Y porque eso
se está acabando, debido a la fusión de sangres: hoy dominan y se extienden por
toda la República unos bogotanitos incapaces de esfuerzo. Bogotá hace blandengue
a la República.
Para asistir al hecho milagroso
que fue Antioquia hasta fines del siglo pasado, leer a Tomás Carrasquilla. Fue niño
de oídos hechos para la escucha, ojos acaparadores, tacto alargado, sangre española,
puesto por la naturaleza en aldea-cruce de caminos, teatro de leyendas y enredos,
vecindad de minas, albergue de blancos patas de apóstol, amigos de libros de relate,
y hormiguero de negros, zambos y mulatos. Sólo en Santo Domingo podía nacer el escritor-historiador
del alma antioqueña y de su apariencia, el novelista de la minería, el cuentista
de los hogares, el Homero de los Morenos y Olanos, marqueses de Yolombó.
Dios le dio a Carrasquilla el don
de entender y gozar con la conversación de las mujeres, la rara facultad de seguir
deleitadamente esos enredos alrededor de los sucesos baladíes; tiene ese don, porque
las objetiva; las mujeres han sido para él conversadoras; no sé que haya tenido
amores, es soltero. Carrasquilla es un genio femenino: fue sastre y es literariamente
un sastre genial: su genio es irresistible, cuando pone a conversar a sus mujeres.
Viejas y muchachos, negras y señoras, escueliantes y niños mimados tienen en sus
libros una vida real: es creador:
Así, Dios le quitó lo que hubiérale
inhibido para ser lo que es, el mejor artista, para conversaciones de mujeres y
niños, le quitó, digo, la debilidad de ser esclavo de la hembra: es casto por naturaleza.
Por eso hoy, a los setenta y siete años, ha dado a luz en estas memorias de Eloy
Gamboa, una obra maestra con la facilidad con que pone su muchacho la campesina
lozana.
En este primer volumen encuentro
la descripción de cómo nacían las nociones que he llamado fundamentales, en el niño
de pueblo. Sucede todo en aquellos tiempos felices en que Antioquia era un Estado,
en aquellos tiempos en que se trabajaba, en que la vida giraba alrededor de amos
“de pie alargado y curtido”, de señoras encerradas en sus casas, “parecidas a la
Virgen de la iglesia”, y en que la pionada de zambos, negros y mestizos creía en
muchas cosas, en la Madre del Río y en la nobleza de los amos.
En este volumen está la historia
de Eloy Gamboa desde los siete años hasta los once, desde que le faltan dos mamones
hasta que usa correa para tener los calzones. Está mejor que vivido lo que era un
hogar de pueblo, hogar minero. Está, como en la realidad, la minería antioqueña
con sus bregas múltiples, veraneos, cambios, fondas, organales, gulequeros, caballos,
ilusiones, virtudes y vicios. Está toda la filosofía popular de la minería. Es Carrasquilla
como uno de los zambullidores que describe: ciego y paralizado, se hunde en su pasado
y sale con el diablo de oro que es esta obra, y, en premio, recobra la vista...
Pues en el curso de estos cuatro
años tenemos la vida de Eloy Gamboa que transcurre en Orofino, que puede ser Anorí,
luego a orillas de un río, entre mineros zambullidores, y después en Aguas-Limpias
y en Morrolargo. En estos lugares ha adquirido las nociones fundamentales, cómo
nace el hombre, ángel traído por la Virgen y puesto en árbol del solar, hallado
allí por la mamá, que se acuesta con él para calentarlo y que quién sabe cuánto
se demorará allí culequiando con el angelito...: aprendió cómo bautizan al hombre,
cómo crece, qué siente, ama y teme en la niñez, cómo aman y cómo se casan; cómo
trabajan, enloquecen y mueren las gentes. Tiene la noción de monte, de árbol, sabe
qué sienten y piensan y ambicionan el amo, la esposa, la cocinera, los trabajadores,
el cura y la sobrina, la santa del pueblo y la ramera de la mina que sabe preparar
el agua de amor seguro que llaman “de los siete pelos”, a saber: pelo de mozo blanco,
bien enamorao; pelo de negro mozo, bien violento; pelo de chivo cachicerrao; pelo
de verraco rucio; pelo de caballo padrón; pelo de perro entero, y pelo de cura en
pecao mortal, sacao del propio bordito de la corona...
Este niño tiene las nociones esenciales
y puede irse ya para la Villa de la Candelaria: ya tiene eco... Será el artista,
el escritor de Antioquia. Eloy Gamboa es Carrasquilla, sin que los padres y parientes
del autor hayan sido esos, ni esas hayan sido exactamente sus aventuras. Pero toda
obra maestra es autobiografía. Todo Carrasquilla es confesión, como Tolstoy. Como
éste, nació para describir a su pueblo, pero, más realista, más fiel a su gente,
no sufre ataque de predicador.
Y digo que esta Antioquia fue,
porque el destino de Colombia es el de horno de razas y ya, en trescientos años,
adelantó la fusión y cubren ahora la tierra antioqueña los mulatos que no tienen
la honradez y el orgullo del blanco, la canela del negro, ni la astucia del indio.
El producto racial colombiano está apareciendo tan feo y de tan malos instintos,
que hace pesimistas aún a quienes predicamos el advenimiento del gran mulato. ¡Avergüenza
tánto coronel Baptista, tánto jefe único!... El antioqueño de estos años del avión
y la radio tiene podrida la personalidad: mulatico indecente que vende las minas
a los ingleses para comprar lotería, va en aeroplano a Bogotá, llama héroe al que
no sabe volar, dice indecencias a las mujeres, sensualidad rápida de enfermo, y
no paga: no paga, porque es incapaz de esfuerzo; quiere saber sin estudiar;
mandar sin obedecer; poseer a la mujer sin amarla, ganar la lotería y ser nombrado
presidente... Ya no hay una mana Cantalicia, un Escribano; ya no hay en dónde
aprender las nociones de la niñez, que son columna vertebral de toda grandeza; todos
se parecen ya a don Jerónimo, jugadores, loteros; hasta el cielo quieren ganarlo
con bendiciones... vive el colombiano esperando que se lo den todo, desde el amor
y la sabiduría, hasta la llegada a la Villa de la Candelaria o a Santa Fe..., en
avión, a ver si lo nombran...
En aquellos tiempos de Carrasquilla,
para conseguir el amor..., serenos, cantos, conversas, floreos. Para llegar a la
Villa, sufrir mucho, aprender letra inglesa, estudiar: llegaban a la capital viajeros
nobles, transformados, llenos de nociones, de aportes para el progreso patrio. En
tales tiempos, para ser rico había que zambullir en el Porce, güequiar
en los organales, economizar. Entonces, todo bien se pagaba. Hoy, el mulatico no
paga nada: es lotero, pide el amor en las esquinas, lo nombran diputado. Diputados
son, sin pagar nadita, los Lucianitos, Saldarriagas, Aguirres, Calles... ¡Si hasta
comunistas son! Como no tienen alma, niegan la propiedad... ¡Oh, mana Cantalicia,
cómo se acabó todo!
Procedamos a exponer, sacándolas
de esta obra de Carrasquilla, las imágenes de algunas de estas nociones que adquiere
o adquiría la niñez antioqueña en las aldeas. Pueden tomarse como patrones. Son,
poco más o menos las del niño Carrasquilla, pues en estas cosas no puede haber arte
sino cuando hay confesión. Esas imágenes o nociones infantiles son la esencia, el
eje de la psicología de un pueblo. Ellas son las que determinan el modo de reaccionar,
la manera de entender las cosas durante la juventud y la edad madura. La niñez,
las experiencias de la niñez determinan la conducta de la juventud y del resto de
la vida. Antioquia se entiende, cuando se entienden las imágenes-mitos que se graban
en sus niños. Por eso he dicho que Carrasquilla es el historiador de Antioquia,
tomando como tipo de historiador a Homero. Porque el vulgo letrado se equivoca:
llama historiador al cronista, al que sabe en qué día nació Córdova, y llama novelista
al que nos describe a un niño nacido en Concepción y que a los siete años vio a
un compañero escueliante que se amarraba los calzones de un modo heroico
y que entraba en la montonera enemiga de los tirapiedras de un modo que se le grabó
en la mente. El verdadero historiador es Tomás Carrasquilla, que al describir esos
muchachos y sus escuelas, y sus juegos y sus emociones, etc., etc., nos hace comprender
por qué apareció Córdova y por qué Gregorio Gutiérrez González y Carlos E. Restrepo...
La negra
Se llama Cantalicia, pero es un
patrón y nos enseña todo acerca de lo que fue la negra Matea para el Libertador,
y a mí me enseña lo que fue y significa en mi vida, en mis actos virtuosos o perversos
la negra Chinca. Por eso digo que Carrasquilla es el historiador, el maestro
antioqueño. Copiemos:
“Cantalicia estaba siempre en su cocina, entre los afanes del horno
y del fogón. Era alta, enjuta, de cara amarillenta, ojo vivaz y diente fino. Con
su montera puntiaguda, su camisa de lienzo y su saya de fula, hacía una figura harto
extraña y pintoresca.
—¿Que no me lucro? ¡Ay, ay, mi Niña; qué poquito sabe usté de mis
cosas! Y yo que creía que entendía algo... Mas sin embargo, usté no tenía por qué
sabelas. Tan solamente le digo que si yo le sirviera de rodillas toda mi vida, nunca
le pagaría lo que le debo a sus padrecitos. Mire: voy a contale bien todo, pa que
vea. Mi mama no era negra ni esclava; pero era una india sometida a la voluntá de
sus patrones, unos señores Zabalas que eran muy buenos y principales. De’ai me vino
el apelativo de Zabala; porque los negros y los indios, ¿qué apelativo vamos a tener?
Mi taita izque fue un mulato muy zarco y muy cuadrao, porqu’era hijo de una negra
cera y un inglés, d’esos que vinieron a hacer los molinos d’estos laos. Era tan
altanerote y buscarruidos, que izque era el primero que ponía la pelea”. Etc., etc.
Y sigue describiendo y haciendo
vivir a esta negra Cantalicia alrededor del niño, formándole el alma con sus heroísmos,
poblándole la imaginación con sus leyendas, hasta el punto de que al terminar el
volumen, exclamamos: ¡Si estas negras fueron también nuestras madres; si el Libertador
se lo debemos en mucho a Matea; si la mitad de mis modos es la negra fulana!...
He aquí al papá antioqueño, serio,
que no tutea a la mamá, que no habla en la casa, el amo, el blanco patas de apóstol,
empobrecido en minerías y que dejaba en el niño antioqueño la imagen de la seriedad,
la honradez y el orgullo de la raza blanca. Hoy ya casi no existen de esos; en el
niño antioqueño queda la imagen de un papá diputado, artero, quebrado fraudulento.
Copiemos:
“Mi padre sólo venía al pueblo los sábados, para volverse los martes.
Era un señor alto y anguloso, de cara triste y aburrida, de barba y cabellos casi
canos. Llevaba pantalones oscuros y raídos, una ruana a listas azules, con forros
de bayeta amarillenta, un guarniel de piel de tigre con más peladuras que pelos,
un sombrero siempre enfundado en hule, y al aire el pie, largo y curtido. Poco hablaban
él y mi madre”.
Ahora viene el muchacho que fue
el ideal de todo niño a los siete años; aquél a quien deseamos parecernos; imagen
infantil de la divinidad humana; muchacho que fue más padre de los héroes o tan
padre de los héroes como el papá. Cambia en sus modos, según el niño; pero todos
lo hemos tenido; fue siempre unos tres o cuatro años mayor que nosotros, y todos,
a los siete años, deseamos pelear como él, tener los calzones de él, escupir como
él. Veamos este niño en quien soñaba el héroe de Carrasquilla:
“A esas surge de adentro el personaje buscado. Aún lo veo: es largo
al par que bronco: viene jadeante, las greñas en los ojos, la gorra echada atrás.
Viste como hombre grande: unos calzones de diagonal amarrados con correa, y un poncho,
tirado hacia un lado, que deja ver la chácara abultada. Todo él es mugre y petulancia;
se le ve por encima que pretende ser hombre hecho y derecho. Con una voz de pollo
criollo, a veces ronca, a veces chillona, gaznatea:
Ya se coló aquí este pelicandelo tan intruso. ¡Eh! Te sonsacates
al crespucio de Rosita Gallego...”.
Pues debido a esta impresión que
le causa Antolín, durante tres años vive preocupado por tener calzones amarrados
con correa, y debido a ella, después se agarra a cocas con los muchachos de Aguas-Limpias...
Por mi parte, ahí en la descripción de este Antolín he visto al Mono de Marceliano,
a Conrado y a Néstor, los héroes envigadeños; los que nos conducían (grandes duces
que me sirvieron para comprender al Mussolini) a las guerras a piedra con los itagüiseños,
orillas del Aburrá.
Los trompos y las cometas, los
baños en el río, las peleas a coca limpia, la pérdida de la inocencia, todo
eso lo he revivido en Antolín y en el Bizcorneto, de Carrasquilla. Otro Antolín
fue el que me enseñó en la esquina de la casa de don Diego Uribe para qué servían
los encantos de la Chinca que fue mi Cantalicia...
Imposible e imprudente seguir en
el análisis: le quitaría la novedad a la lectura. Este primer volumen es completo,
perfecto acerca de la vida de un niño de los siete a los once años en un pueblo
antioqueño.
Más antioqueño aún es este libro
por referirse a la minería: es la novela de la minería, y Antioquia es esencialmente
minera. Que nos dé el Maestro la novela del café y tendremos la historia completa
de nuestra patria. ¿Por qué no confesarlo? Digo nuestra patria, porque lo siento,
porque durante mis viajes, cuando me preguntaban por mi nacionalidad, muchas veces
respondió mi subconsciencia: Antioquia. No se ofendan mis conciudadanos de
Colombia, que yo comprendo muy bien que debemos hacer y amar a Colombia, a la Gran
Colombia; únicamente he querido dejar constancia de un hecho: que hemos arañado
tanto estas montañas que tenemos esa limitación de creer que Antioquia es nuestra
patria.
Para describir es insuperable Carrasquilla:
“Esa noche, mientras mis padres reposan en el cuarto de los blancos,
nos congregamos todos, enfilados en los bancos de la cocina, en tanto que el céntrico
hogar levanta la llamarada. En un cazuelón barrigudo nadan como nenúfares no sé
cuántos huevos que la cocción va endureciendo. Santos los menea con el cucharón
de totuma; Clotilde, a pura uña, le echa yerbas al cocido, mientras Escolástica
adelgaza, entre ambas palmas, la porción correspondiente de cominos”.
“Aquel revoltijo de huevos, carne pisada y chicharrones; aquel
cacao de harina, con jamaica y migote de quesito; aquellos arepones humeantes, caen
en los estómagos de Builes, Pulgarines y patrones como la bendición del jornalero”.
Y luego:
“Cantalicia me levantaba ‘escuro, escuro’, para que recibiera el
viento provechoso de mi Dios, lo alabase parejo como los pajaritos, y viera cómo
asomaba el sol, para alabarlo con nosotros. Todos le rezábamos con muchísima devoción:
los cucaracheros, por ahí en los caballetes y paredes; los toches y azulejos, en
los árboles y plataneras; y más arriba, en los aires, sin que la viéramos siquiera,
le entonaba la alondra sus oraciones más bellas. Pero la alondra es tal, que no
he podido conocerla. ‘A esa no l’echa el ojo, cordero; a esa la hizo mi Dios pa
que le cante siempre por la mañana, y algunas veces a media noche; de día s’encumbra
a la región. Mi Dios sabe cómo l’alimenta y ónde pone’. ¡Quién conociera aquella
alondra tan devota y tan cantora! Sentía que el antiguo esposo de la luna, al asomar
detrás del monte, rezaba con tanto fervor como nosotros. Cantalicia entonaba, entonces,
conmigo, con los pajaritos y con el sol, la salmodia medio cantada, medio rezada,
que le enseñaron los abuelitos:
Bendita la luz del día
Y el Señor que nos la envía.
Alabemos a María
con gran gozo y alegría”.
Y el Señor que nos la envía.
Alabemos a María
con gran gozo y alegría”.
La riqueza del idioma de Carrasquilla
es tal, que ningún escritor español o americano de hoy la posee ni en las dos terceras
partes. Es la riqueza de Antioquia, casi desaparecida ya, y se compone de las maneras
de todas aquellas provincias españolas que vinieron a trabajar el oro a estos Andes.
De ahí la abundancia.
Carrasquilla quedará como tesoro
del idioma castellano. Día a día se va empobreciendo el lenguaje antioqueño, debido
a eso que llaman civilización. Parece paradoja, pero veamos: con la facilidad de
comunicaciones, con la facilidad democrática, con la radio, con el periodismo, ahora
cuando todos los campesinos aprendieron a leer para no leer sino “El Tiempo”, todos
hablan de un mismo modo; todos poseen apenas el caudal de palabras que contiene
un editorial o un discurso en la Cámara. La instrucción pública, la democracia,
los inventos, han traído un empobrecimiento en el idioma. Va de cuento:
El Personero de mi pueblo se me
acercó a meterme conversa ayer, cuando fue al café. Me hablaba de la cédula electoral,
sin lenguaje característico, muy bien, muy ilustrado; hablaba como un editorial.
Yo meditaba así: “¡Este señor sí que sabe! Habla como Eduardo Santos: habla de la
Liga, de Olaya, de pactos, etc. ¡Hasta para ministro que servía este tipo!”. Era
un hombre educado en la lectura diaria de “El Tiempo” de Bogotá, que le traen en
avión para que se ilustre después del desayuno. Pues a tiempo de la despedida, me
dijo esto, que me confirmó en la belleza de esa ilustración que están dando los
dientipodridos de Bogotá a nuestro pueblo:
“Es que vea, es como dicen los
franceses: To be or not to be”.
Réstame desear que todo antioqueño,
todo el que tenga sangre antioqueña, casi toda Colombia, guarde, lea y haga leer
a los niños las obras de Gregorio Gutiérrez González y de Tomás Carrasquilla. Y
que no lean a Armando Solano, porque se elustran mucho...
Reseña de “Hace Tiempos - Memorias de Eloy Gamboa Tomo I”. Editorial
Atlántida, Medellín, 1935.
Fuente:
Revista Universidad de Antioquia,
abril - junio de 1999.
* * *
Entrada libre
Lugar: Casa
Museo Otraparte Carrera 43A n.º 27A Sur - 11, Envigado
Fecha: Mayo
6 de 2017
Hora: 2:30 p. m.
Escuchar transmisión en vivo:
Para participación y realizar preguntas
en línea, favor comunicarse
a nuestra línea 448 24 04 o a nuestro correo: gruposofos@gmail.com
a nuestra línea 448 24 04 o a nuestro correo: gruposofos@gmail.com
Para obtener información adicional puede comunicarse
con nosotros al correo electrónico gruposofos@gmail.com. En nuestro blog http://gruposofos.blogspot.com podrá consultar la programación, la metodología
de trabajo y la presentación del grupo. O puede también comunicarse con la Casa
Museo Otraparte: Teléfono: 448 24 04 - Correo electrónico: otraparte@otraparte.org - Sitio web: www.otraparte.org.
Grupo Sofos
Correo electrónico: gruposofos@gmail.com
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