Por: Héctor Quirama
Cuando Jesús Antonio llegó al planeta tierra entró por el departamento de Risaralda. Después de planear sobre varios pueblitos de la cordillera occidental, cayó en Santuario. Este “avistamiento” sucedió cuando al diablo apenas le estaban saliendo los cachos. Dicen que ese agosto de 1928, el joven Satán decidió emigrar de esos lares, aduciendo que allá no habían suficientes almas para que dos trotamundos alcanzaran fama. ¡Ahí les dejo al Chucho! gritó. Y se largó a asustar penitentes rezagados dándoles golpes con vejigas de marrano.
Cuando Jesús Antonio llegó al planeta tierra entró por el departamento de Risaralda. Después de planear sobre varios pueblitos de la cordillera occidental, cayó en Santuario. Este “avistamiento” sucedió cuando al diablo apenas le estaban saliendo los cachos. Dicen que ese agosto de 1928, el joven Satán decidió emigrar de esos lares, aduciendo que allá no habían suficientes almas para que dos trotamundos alcanzaran fama. ¡Ahí les dejo al Chucho! gritó. Y se largó a asustar penitentes rezagados dándoles golpes con vejigas de marrano.
A los 17 años Chucho ya era maestro de la Normal Rural de Manizales. En Quinchía, Pueblo Rico y Pensilvania sembró sus primeros pinos de educador. Emigró para La Dorada en el departamento de Caldas, donde organizó los primeros campeonatos de fútbol con pelotas hechas de medias viejas, pues la pobreza de esas escuelas no daba para balón de cuero cosido. Ya por el 48 como que Satanás dejó de ser topo y arreció con violencia por todos los campos colombianos. El maestro rural regresó a Risaralda e hizo otro tanto de su labor educadora en el corregimiento de Arabia, hasta que por allá también volvió el siniestro haciendo bolas de fuego con cada uno de los caseríos.
Como muchos colombianos, Chucho se vio obligado a abandonar su trabajo vocacional en el campo y tomó rumbo a la ciudad. Pereira fue la urbe circunstancial donde estudió por correspondencia para controlador de tráfico aéreo y observador metereológico, viajando luego a Bogotá a validar lo aprendido en un curso presencial. Se enganchó con la aeronáutica ejerciendo por diferentes periodos en Manizales, Bogotá, Barrancabermeja y por último en Medellín, ciudad que escogió para radicarse desde 1958.
Sumándole a los conocimientos adquiridos en ciencias aeronáuticas, de manera autodidacta, Chucho se prepara en ciencias sociales, literatura y antropología. Homologándose como educador del Sena, donde retorna a las aulas para enseñar ciencias sociales entre los años 1962 y 1969. Podemos decir, que desde ahí no ha parado de recorrer el país como maestro, investigador, ensayista y luchador social: Fundador del Periódico El Radar, Fundador de la Biblioteca Campesina en la vereda La Salada, Rector del Liceo de la Universidad Autónoma Latinoamericana, cofundador de la Escuela Popular de Arte (EPA), cofundador del Concejo Nacional Indígena CHIBCARIWAK, cofundador del Movimiento Lumumba en Quibdó, organizador de la tertulia del Colegio de Abogados (COLEGAS), creador de la Escuela de Formación Artística y Cultural (CAFE) en la Casa de la Cultura de Sabaneta, donde fue director. Actualmente es profesor de Cultura Folclórica en la Escuela Débora Arango de Envigado y gestor de economía solidaria en la Cooperativa CONFIAR. Albricias y Poética Popular Colombiana son sus publicaciones.
Tal vez pensando que el otro trotamundos todavía anda suelto haciendo de las suyas, dijo Chucho en una de sus clases peripatéticas: “La pobreza ya la he sorteado muchas veces. Me preocupan la pereza mental y la falta de iniciativas. Atentos a no incurrir en estas vainas, pues así evitaremos caer en la paila mocha”.
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