martes, 18 de julio de 2023

LA EUTANASIA Y EL DERECHO A MORIR DIGNAMENTE UNA REFLEXIÓN DESDE LA BIOÉTICA Y EL DERECHO

 





 

Clara María Mira González es abogada, especialista en Estudios Internacionales, magíster en Ciencia Política de la Universidad de Antioquia y especialista en Gerencia de la Seguridad Social de la Universidad CES, donde actualmente ejerce como docente, coordinadora de Investigación e Innovación y editora de la revista CES Derecho.

Hernán Mira Fernández es médico psiquiatra de la Universidad de Antioquia, miembro del Grupo Paz y Reconciliación en el Centro de Fe y Culturas, fundador de la Cátedra Héctor Abad Gómez y columnista. Actualmente ejerce como profesor de la cátedra Ética-Bioética en la Universidad de Antioquia y ocasionalmente en la Universidad CES.

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Entrada libre

Lugar: Casa Museo Otraparte

Fecha: 22 de julio de 2023

Hora: 3:00 p.m.

Ver transmisión en vivo:

Youtube.com/CasaMuseoOtraparte

Otraparte.org/agenda-cultural/sofos/20230722-sofos

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Lecturas preliminares

Del otro lado del jardín
~ Fragmento ~

 Por Carlos Framb

Si bien Schopenhauer desestima el suicidio a partir de su metafísica, se sirve de Hume para atacar los argumentos teológicos contra el suicidio. Las razones contra el suicidio sostenidas por los sacerdotes de las religiones monoteístas, o sea hebraicas, y por los filósofos que se acogen a ellas son débiles sofismas fácilmente refutables. Schopenhauer defiende el derecho del ser humano a definir el límite de su vida como inalienable afirmación de su voluntad: no hay nada en el mundo sobre lo que cada hombre tenga título más inexpugnable que sobre su propia vida o persona.

Entre los grandes filósofos, Nietzsche, finalmente, considera que en ciertas circunstancias es inconveniente vivir por más tiempo, y que continuar vegetando en dependencia de médicos y practicantes, cuando se ha perdido el sentido de la vida, debería motivar un profundo desprecio por parte de la sociedad. Morir orgullosamente, cuando ya no sea posible vivir con orgullo.

En la actual sociedad occidental el suicidio suscita, en términos generales, un sentimiento de rechazo. Perduran atavismos judeocristianos y el fantasma del pecado merodea todavía por la casa de la ciencia: psiquiatras, psicólogos y sociólogos tratan el suicidio como una patología o un vicio. La ley se limita a prohibirnos recurrir a la complicidad activa del prójimo, a obligarnos a una muerte solitaria. Por su parte, el Estado y sus servicios médicos no tienen en cuenta el deseo de morir del individuo, y al custodiar celosamente los medicamentos y el conocimiento de las dosis que permiten morir con serenidad, nos niegan el derecho a controlar la modalidad más humana e indolora de la muerte.

Bienvenida sea la muerte voluntaria, ese hermoso privilegio del hombre, ese acto de tenaz rebelión, de suprema insumisión y de desasimiento, de rechazo al veredicto de la mayoría, al prejuicio biológico que nos condena a la vida y al naufragio de mil fatalidades no queridas; pero acto también de autoafirmación, de obediencia y pertenencia a sí mismo, de dignidad razonada y humanidad dirigida contra el ciego dominio de la naturaleza; grito de libertad en su dimensión extrema, triunfo de un yo que se debe sólo a sí mismo, gesto superior de autonomía, soberanía y honor en que el ser humano está a solas consigo, y ante el que la sociedad debe callar.

Derecho elemental a disponer de la propia vida, a despedirse, cuando se desea y como se desea, de una existencia que por razones personales no parece ya digna de ser vivida; a desprenderse del pesado fardo del cuerpo, que se conoce ya demasiado bien, con todas sus miserias; a tirar la vida como una flor, con indiferencia altiva; derecho a una muerte limpia, sin dolor y sin violencia, en la lucidez y la ternura, sin otras angustias que las inherentes a la separación; derecho a desvanecerse dulcemente cuando el fin está próximo y ya sólo nos espera el horror; derecho a la desesperación y al fracaso; derecho a desertar de una lucha que se sabe de antemano perdida y de un juego cuyas reglas no aceptamos; derecho a marcar uno mismo el límite de la existencia, a ponerlo todo en duda, a marcharse sin ruido de un mundo que nos acorrala y que despreciamos, de una sociedad que enferma y enloquece, que decapita y electrocuta, de una humanidad que se ahoga en sus propios desechos. Derecho a matarse en protesta por nacer sin haberlo pedido, por estar condenado a la muerte, por el carácter insensato de esta agitación cotidiana, por la inutilidad del sufrimiento, por las tristezas e injusticias de esta Tierra, por una vida sin brillo, por un mundo devastado donde el olvido parece la única realidad y la desilusión sin remedio la única actitud.

Liberación más que amenaza, sueño definitivo más que agonía, prerrogativa más que castigo, gesto último, no de agresión, sino de reconciliación con uno mismo, arte de partir a tiempo, búsqueda del aire libre, acercamiento a la tierra, idea bienhechora de ser humus, toque final de gracia, decorosa abdicación de príncipes sin reino, huida del absurdo de la existencia al absurdo de la nada, renuncia a la lógica de la vida y a la proliferación maligna del ser. El suicidio tranquilo es la muerte más natural porque es la que uno ha escogido libremente, y no la que nos imponen los verdugos; muerte diferente, serena, consciente, sin ataque por sorpresa, muerte vital incluso, alegre y poética si se quiere, muerte propia —como quería Rilke—, muerte digna que da a la existencia su justo final y que nos venga de las humillaciones que nos inflige el destino.

Fuente:

Del otro lado del jardín, pp. 75-78. Se reproduce con el permiso expreso del autor.

 

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Cien cuyes

Por Diego Aristizábal Múnera

Solemos ser tan solemnes para hablar de la muerte, que muchas veces no queda más remedio que seguir viviendo bajo la absurda idea de la eternidad. Si alguien habla de la muerte en el almuerzo familiar, lo más probable es que sea catalogado como ave de mal agüero, alguien dirá que la muerte no debe llamarse porque entonces viene, como si esa parca, flaca y huesuda, tuviera sobre todo orejas, como si en un almuerzo familiar ella no pudiera sentarse y participar de eso que simplemente ocurre y ya, y no hay que aceptarla en silencio. Por hablar de la muerte no nos vamos a morir, digo yo.

Recién leí Cien cuyes, del escritor peruano Gustavo Rodríguez, una novela que le quita la solemnidad a la muerte, a la vejez, a la muerte digna, y lo hace de una forma tan bonita y graciosa, que dan ganas de ponerle orden al asunto, organizarla bien, en todos los sentidos, porque pensar en la muerte es una forma linda de celebrar la vida.

¿Han pensado en cómo les gustaría morir? ¿Han imaginado qué canción sería la última que quisieran escuchar mientras mueren o cuál desearían que los vivos pusieran para que recuerden al muerto? ¿Deberíamos hablar de la muerte con la misma naturalidad con que hablamos del nacimiento? ¿Cuáles son los miedos que tenemos ante la muerte? ¿Cuál sería la última imagen con la cual quisieran quedarse antes de morir? ¿Serían cómplices de una muerte asistida, o para ponerlo en términos de la novela, cuidarían a alguien hasta el último suspiro? Si tener la información a tiempo es la clave para decidir la longitud de una película… y también la de una vida, ¿les gustaría tener la información a tiempo?

Se vale pensar en la muerte sin que eso te haga un pesimista ante la vida; al contrario, en la medida que más familiarizados estemos con la muerte, hagamos más chistes de ella y sobre ella, creo yo, viviremos con cierta liviandad, no nos despediríamos de alguien como si diéramos por hecho que nos volveremos a ver. Pensar en la muerte es pensar en vivir, repito. Ahora, como lo expresa muy bien uno de los personajes de la novela, «llegas a una edad en la que te preocupa cómo serán tus últimos días. La muerte ya no es una idea difusa, es una posibilidad real», ¿qué hacer entonces, dejarla que llegue cuando le dé la gana o actuar porque pensar en la propia muerte también es una gran opción? «Aquí los pollos tienen una mejor muerte que los humanos», dice Jack.

¿Si uno ayuda a morir a alguien es un asesino? ¿Es pecado matar a alguien si el único beneficiado es el fallecido? A veces, bastan diez cuyes para empezar un negocio; a veces, basta querer muchísimo a alguien, o a uno mismo, para pensar que morir, cuando se quiera, es también una opción.

Fuente:

El Colombiano, viernes 23 de junio de 2023:

https://www.elcolombiano.com/opinion/columnistas/cien-cuyes-FN21798296

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