martes, 26 de septiembre de 2023

 



Ana Cristina Restrepo Jiménez (Medellín, 1970) es licenciada en Periodismo, especialista en Periodismo Urbano y magíster en Estudios Humanísticos. Ha publicado los libros Página en blanco (Sílaba Editores, 2012), El Hereje: Carlos Gaviria (Editorial Planeta, 2020) y Autorretrato, una alegoría al periodismo: antología de columnas (Sílaba Editores, 2022). En 2015 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en la categoría Mejor Entrevista Escrita por el reportaje «Carlos Gaviria Díaz: pensamiento, palabra, obra y omisión», publicado en la Revista Universidad de Antioquia, y en 2020 el Premio del Círculo de Periodistas de Bogotá en la categoría Mejor Columna por «Los muertos de agua», publicada en El Colombiano. Actualmente forma parte del equipo de panelistas de la emisora Blu Radio y es columnista de El Espectador y la revista Cambio.

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Entrada libre

Lugar: Casa Museo Otraparte
Fecha: 30 de septiembre de 2023
Hora: 3:00 p.m.

Ver transmisión en vivo:

Youtube.com/CasaMuseoOtraparte

Otraparte.org/agenda-cultural/sofos/20230930-sofos/

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Lecturas sueltas

Todas nosotras

Por Sara Jaramillo Klinkert

Lo que más me impresionó cuando conocí a mi profesor de filosofía no fue el hecho de que tartamudeara, ni mucho menos la irritación que exhibió en la primera clase. Recuerdo que, en un momento dado y sin ninguna causa externa que lo exaltara, pegó un grito, golpeó la mesa con el puño y se quedó hiperventilando por unos segundos en los que mis compañeros y yo alcanzamos a pensar que iba a desplomarse. Pero insisto: eso no fue lo más impresionante. A mí, de verdad, lo que me impactó fue que, un hombre heterosexual como él, hablara siempre en femenino inclusivo. Decía, por ejemplo: «Si todas nosotras estamos de acuerdo hacemos tal cosa». O: «Si todas nosotras queremos hacemos tal otra». Más tarde me enteré de dos datos clave que me permitieron entender su comportamiento. El primero era que estaba dejando de fumar y el síndrome de abstinencia lo tenía tan irritable que no se soportaba ni a sí mismo. El segundo era que jamás hablaba en masculino cuando la mayoría de sus alumnas eran mujeres.

No les miento si les digo que, clase tras clase, esa insistencia con el femenino inclusivo, al principio, me sonaba extraña. Estudié en uno de esos absurdos colegios sólo de mujeres, pero el día en que iba algún sacerdote siempre hablaba en masculino sin que a absolutamente a ninguna de nosotras le pareciera extraño. Decía: «Todos nosotros alabemos al señor» aunque éramos dos mil mujeres y un solo hombre, bueno, y el otro al que había supuestamente que adorar. ¿Era justo invisibilizar dos mil identidades femeninas solamente para que los dos señores (uno de dudosa existencia) se sintieran a gusto? ¿Por qué las mujeres estamos obligadas a identificarnos con el masculino y los hombres no con el femenino?

Lo anormal no es que se hable en masculino, lo anormal es que las mujeres estemos tan acostumbradas que no nos importe. Cuando adquirí consciencia de que el idioma es tan solo otra arma con la cual se ha invisibilizado a las mujeres, descubrí algo aún más anormal y es que, sabiéndolo, no me atrevo a cambiar mi propia forma de hablar. Acabo de terminar un curso en donde tuve catorce alumnas mujeres y un solo hombre. Fantaseé todo el tiempo con hablar en femenino y nunca me atreví por puro miedo a que ese único alumno se sintiera incómodo y excluido. ¿Por qué yo tengo miedo de ser excluyente? ¿Y por qué los hombres nunca tienen ese miedo? Estoy segura de que, salvo mi profesor de filosofía, casi ninguno ha reflexionado al respecto.

Otro ejemplo. Hace poco mandé a marcar una taza para regalarle a mis amigas escritoras. Dice: «Por favor no moleste a la escritora, ella podría incluirlo en su novela y matarlo». Resulta que por esos días un amigo muy querido publicó un libro y quise regalarle la taza, pero no me atreví porque el mensaje estaba en femenino. Ahora pensemos al revés: si el mensaje estuviera en masculino, yo habría recibido feliz esa taza sin cuestionar nada.

No sé cuál es la solución porque, la verdad, me irrita mucho el todas, todos y todes. Mientras tanto, voy a intentar hablar en femenino solamente para que los hombres se hagan el favor de entender la cuestión que planteo.

Fuente:

Periódico El Colombiano, domingo 16 de julio de 2023. Se reproduce con el permiso expreso de la autora.

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Censuras edificantes

Por Pascual Gaviria

En 1955, el gobierno de Laureano Gómez creó la Junta Nacional de Censura para unificar los criterios que dirigían el uso del veto o la tijera a las películas proyectadas en los cines del país. Cuatro de los diez miembros eran nombrados por el Cardenal Arzobispo Primado de Colombia. La censura llevaba quince años en manos de juntas municipales y departamentales. El cine se había convertido en el más importante espectáculo público —en la Medellín de 1953, más de cuatro millones de personas desfilaron por los 32 teatros de la ciudad— y los riesgos eran inmensos cuando se apagaba la luz. Hasta los médicos armaban sus películas. Un estudio de la Academia de Medicina de Medellín en 1945 habla de los efectos somáticos del cine en niños y adolescentes y llegaba a una conclusión para el género de terror: además de llevar a los jóvenes a sus «tendencias inferiores», el cine sin vigilancia aceleraba el desarrollo del «sistema gonadal». Los cine clubes fueron el instrumento para revelarse contra las juntas de censura y en su momento fueron denunciados como el telón de fondo de todas las perversidades.

Esas historias de hace ochenta años se leen hoy como ciencia ficción, casi con la nostalgia del cine como un ejercicio obsceno. Pero la censura siempre vuelve, disfrazada de gestos de inclusión o de protección frente a una ideología que quiere destruir un mundo bien establecido. Varias noticias del primer semestre de 2023 parecen sacadas de la prensa apolillada o de los sermones mal envejecidos.

Hace dos meses The Telegraph publicó un extenso estudio revisando las últimas ediciones de Roald Dahl, uno de los autores de literatura juvenil más leídos de todos los tiempos. Desde la solapa se supo lo que pasaría al interior. La advertencia era clara y dulce: «Este libro se escribió hace muchos años, por lo que revisamos regularmente el lenguaje para asegurarnos de que todos puedan seguir disfrutándolo hoy». Las alusiones a la apariencia física, a la salud mental, a la raza o el género tienen cientos de cambios en cada libro. Se trata, entonces, de una versión con todos los filtros de la corrección política.

Ridícula y ofensiva hasta el punto de cambiar una mención a Rudyard Kipling para sentar en su lugar a Jane Austen. El juego con Dahl que comenzó en 2020 se le llama «lecturas de sensibilidad». Una de las encargadas de la poda a Dahl es la fundación Inclusive Minds, que se describe como un «colectivo de personas apasionadas por la inclusión». Incluir a los lectores excluyendo a los personajes.

Pero los retoques son solo una faceta de la nueva censura. Muchas escuelas de Estados Unidos han visto florecer los clubes de lectura. Se trata de jóvenes que luchan para leer lo que quieran y no lo que les permiten. Al estilo de los cine clubes de los cincuenta. Las juntas de padres de familia se han convertido en tiranías en muchos estados y ordenan sacar libros de colegios y bibliotecas públicas. El último informe de PEN America, una ONG que rastrea la censura literaria, habla de 2.500 libros prohibidos en 5.000 escuelas de 32 estados. Lo que significa que cuatro millones de estudiantes han perdido la posibilidad de leer según su gusto e intereses. Los libros con protagonistas homosexuales o negros encabezan la lista de descabezados. Una ley aprobada en marzo en la Cámara de Representantes les entregaría mayores poderes de veto sobre los libros a los padres de familia.

En medio de esa oleada de censura era imposible que no apareciera la referencia a Fahrenheit 451. Adam Tritt, un poeta y activista de la Florida, creó la Fundación 451 que se encarga de distribuir los libros prohibidos en sitios públicos. Ahora es acusado de pedófilo por intentar apagar el incendio del puritanismo y las guerras partidistas.

Fuente:

Periódico El Espectador, martes 25 de abril de 2023.

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